El Evangelio de hoy (Mc 1, 14-20) nos presenta la predicación inicial de Jesús y la llamada de los primeros discípulos. Tanto el carácter urgente de la llamada de Jesús –«se ha cumplido el plazo»– como lo inmediato e incondicional del seguimiento por parte de los discípulos manifiesta la grandiosidad y el atractivo irresistible de la persona de Jesús.
«Se ha cumplido el tiempo». Hemos celebrado a Cristo en el Adviento como «el deseado de las naciones», el esperado de todos los pueblos. Con la venida de Cristo estamos en la plenitud de los tiempos. El Reino de Dios está aquí, la salvación se nos ofrece para acogerla. Tenemos, sobre todo, a Cristo en persona.
«Cuántos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron». Pero la presencia de Cristo hace que las cosas no puedan seguir igual. Por eso, Jesús proclama: «Convertíos». La presencia de Cristo exige una actitud radical de cambio y entrega a Él, reformando en nosotros cuanto sea necesario para que Él sea el centro de todo, para que su Reino se establezca en nosotros.
Sacudir la pereza
Esta urgencia se manifiesta también en el carácter de «pescadores de hombres» que tienen los discípulos: son enviados a convertir a los hombres a Cristo. Y este llamado es para cada cristiano, cuya misión primordial es caminar tras Jesús, seguirle a Él y cooperar con su obra de salvación. La respuesta inmediata de los discípulos dejándolo todo, incluso a su propio padre, nos interpela. ¿Cómo acogeremos nosotros, con qué grado de disponibilidad, la llamada de Jesús?
Cuando el Espíritu Santo irrumpe en un alma la pone en movimiento y la hace obrar sin tardanza. Por eso, este nuevo año, se nos invita a aplicarnos con todas nuestras fuerzas a hacer realidad el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros y la obra que Él nos encomienda, al estilo de María, que ante la necesidad de su prima encinta y de los novios de la boda, se apresuró a prestar ayuda.
Nota característica del Espíritu de Dios es sacudir la pereza. No hay cosa más opuesta al amor que la pereza. El amor enseguida mete presión, prende fuego, como les sucedió a los discípulos al oír la invitación del Maestro. Cuánta inercia, apatía, indiferencia, frialdad reina hoy entre los cristianos. En eso podemos ver un síntoma claro de cómo el espíritu del mundo con toda su batería de ideologías y de máximas va entrando en muchos cristianos.
La siempre disponible
Esa es la conversión a la que Jesús hoy nos apremia.
Una conversión profunda que me lleve a vivir pendiente de la voluntad de Dios, a dejar todo por seguirle, a secundar el plan que Él tiene para mí.
Imitemos la conducta de María, la discípula siempre atenta a las palabras del Señor, siempre disponible a todas sus voluntades.
En María, el Espíritu Divino no encontró obstáculo alguno para poder desbordarse y, a través de Ella, comunicarse a las almas.