Fátima y San José

Sobre las apariciones de la Virgen de Fátima en Portugal, muchas personas han oído hablar del “Milagro del Sol”, pero pocos conocen que San José también estuvo presente en la manifestación de ese día.

El 13 de octubre de 1917, treinta y tres años después de la visión del Papa León XIII (13 de octubre de 1884) en la que el pontífice vio a Satanás desafiando la Iglesia, tuvo lugar la última aparición en Fátima con este impactante milagro del sol que parecía danzar en el cielo y querer precipitarse sobre la tierra. 

Dentro de esta última visión, apareció San José, quien presentó a la Santísima Virgen María como Nuestra Señora del Monte Carmelo, sosteniendo al Niño Jesús. 

San José trazó la señal de la Cruz con su mano derecha, bendiciendo al mundo, manifestando su papel protector y vigilante de Patrono de la Iglesia Universal, como indicando que él no abandonaría a la Iglesia de Dios.

El mismo pontífice León XIII, había escrito en su Carta Encíclica Quamquam pluries: “Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia y por las que, a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.

Oración del Papa León XIII

Recurrimos a vos en nuestra tribulación, bienaventurado José, y después de haber implorado el socorro de vuestra santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por el afecto que os unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios, por el paternal amor con que tratasteis al Niño Jesús, os suplicamos que nos ayudéis a entrar en posesión de la herencia que Jesucristo nos legó con su Sangre y que nos asistáis con vuestro poder y nos socorráis en nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo custodio de la Sagrada Familia, la raza elegida de Jesucristo; preservadnos amantísimo padre, de toda mancha de error y corrupción; sednos propicio y asistidnos desde el cielo, muy poderoso libertador, en nuestras luchas con el poder de las tinieblas, y como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús de inminente peligro de muerte, defended hoy a la santa Iglesia de Dios de las emboscadas del enemigo y de toda adversidad. Concedednos vuestra perpetua protección a fin de que sostenidos por vuestro ejemplo y auxilio, podamos vivir santamente, morir cristianamente y obtener la eterna bienaventuranza del cielo. Amén. 

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