Hermana Lucía Dos Santos

28 de marzo de 1907 / ✝︎13 de febrero de 2005

Un mensaje importante para el mundo

Lucía de Fátima fue un alma privilegiada, escogida por Dios para una misión importante. Su larga vida estuvo dedicada a comunicar el mensaje de amor de un Corazón ardiente y solícito por sus hijos: el Corazón Inmaculado de María.

La Virgen, como Madre, pensaba en ti, pensaba en mí, en cada uno de nosotros, dando un mensaje de esperanza para toda la humanidad.

Veamos en breves líneas la vida ejemplar de un alma brillante, no tanto por sus cualidades naturales –aunque sí las tenía– sino por esa docilidad a la Gracia de Dios que hizo de ella una santa.

Semblanza de Lucía

Lucía nació en Portugal el 28 de marzo de 1907, en una época en la que Europa corría peligro de ser invadida por el Comunismo.

Creció en el seno una familia muy católica, humilde, dedicada a las labores agrícolas, en la que, por encima de todo, prevalecían los valores cristianos: la honradez, la veracidad, la caridad, la fidelidad a Dios y a su Iglesia. Una vida de piedad en la que padres e hijos, en familia, dedicaban tiempo a la lectura de la Sagrada Escritura, al rezo del Santo Rosario, a la asistencia diaria a la Santa Misa, y visitaban a los enfermos. En fin, una familia unida y feliz, pues aunque no fuesen ricos tenían lo más grande: el amor a Dios.

Las Apariciones

Así sucedieron las Apariciones de Nuestra Señora del Rosario en Fátima. Los tres pastorcitos eran aún muy niños: Lucía tenía diez años, Francisco ocho y Jacinta siete.

Dios los escogió como testigos de la aparición mariana más importante del siglo XX: en 1917. Antes, en 1916, tuvieron tres veces la aparición de un ángel, que los preparó para esa misión, los animó al sacrificio y a la oración.

El 13 de mayo de 1917 vieron a la Virgen. La Señora más brillante que el sol les pidió, entre otras cosas, el rezo diario del Santo Rosario.

Fueron seis Apariciones, el día 13 -de mayo a octubre-, excepto en agosto, en que la Señora se apareció el día 19 porque el 13 los niños estaban secuestrados.

El último mes, octubre de 1917, la Virgen hizo el llamado “milagro del Sol” ante una multitud de personas, para que todos dieran fe a su mensaje.

Más tarde y de forma privada, la Virgen se siguió apareciendo a Lucía.

Tendréis mucho que sufrir

A partir de las Apariciones la vida de los tres pastorcitos cambió, empezando por la propia familia.

Lucía tuvo que cargar con la responsabilidad ante todos. Su madre no le daba crédito. No admitía esa ‘mentira’ en su casa, y menos de tal importancia.

Sufrió en la cárcel en Ourém, con sus dos primos, donde el administrador quería sonsacarles el secreto que la Virgen les había confiado. Ellos se mantuvieron firmes y no revelaron nada.

Tuvo que sufrir también el agotamiento de atender la afluencia cada vez mayor de personas que la visitaban, y la sometían a incansables interrogatorios sin medir las fuerzas de la niña. Había visitas amables, pero otras eran pesadas, curiosas, y hasta amenazadoras.

Una vez que los hechos avanzaron en serio, la Iglesia tomó cartas en el asunto. El Obispo de Leiría, para proteger a la joven Lucía, la alejó de Fátima, de su hogar y de los peregrinos, con el consentimiento de su madre. Y pasó años como estudiante en Porto, bajo un seudónimo, sin contacto con su familia, en un asilo llevado por las religiosas Doroteas.

Es fácil imaginar la soledad y sufrimiento que causó a la pobre Lucía esta separación de su familia y de su pueblo.

Religiosa

Lucía sentía la llamada de Dios a una vocación religiosa contemplativa, en soledad, penitencia y oración. A los 18 años entró al noviciado de las Doroteas en Tuy (España). Hizo ahí su profesión religiosa.

Una vez que Lucía ya había ‘aprendido a leer’, como la Virgen le había pedido, volvió la Señora y le dijo lo que quería. Así en 1925 y 1929 tuvo otras apariciones, en Pontevedra y Tuy, que complementaban su misión. Se trata de la Gran Promesa de los cinco Primeros Sábados, y la petición de la Consagración de Rusia. La Hermana Lucía se esforzó por cumplir el encargo y dar a conocer y amar esta devoción.

Deseaba una vida de más recogimiento, y corresponder al mensaje que la Señora le había confiado. Entró en el Carmelo de Coímbra en 1948, con el permiso del Papa Pío XII. Ahí se entregó más profundamente a la oración y al sacrificio.

Su amor al Obispo vestido de blanco

La Hermana Lucía con el Papa JPII
La Hermana Lucía con el Papa JPII

La figura del Santo Padre, después de la visión del 13 de julio, quedó en el corazón y en la oración de los tres pastorcitos. No sabían quién era ni conocían su nombre, pero aquella figura blanca, tambaleando bajo el peso del sufrimiento, les entró en el corazón para siempre. Ese símbolo no era un Papa, concreto, sino el Papa, sus sufrimientos como representante de Cristo en la tierra.

La Hermana Lucía, como portavoz del mensaje de la blanca Señora, en su larga vida tuvo que relacionarse varias veces con el Papa.

Escribió a Pío XII en 1940 y 1942 para pedirle la consagración de Rusia, según los deseos de la Virgen.

Con San Pablo VI: en 1965 ella le escribió en agradecimiento por la Rosa de oro enviada a la Virgen de Fátima. Y en 1967 se encontraron personalmente cuando el Papa viajó a Fátima para celebrar el cincuentenario de las Apariciones.

Por San Juan Pablo II, sentía un gran amor por proceder él de la Europa del Este. Dio gracias por su elección. Cuando en 1981 se enteró del atentado, la oración de la pastorcita acompañó al Papa herido, como una coraza protectora. Dios todo lo puede.

Después se encontró varias veces: Primero en mayo de 1982, cuando el Santo Padre viajó para agradecer a la Virgen Fátima que le salvara la vida el año anterior. Hablaron del Secreto (la 3ª parte). Le confió varios de sus deseos: ver a los primos beatificados, la consagración de Rusia, la publicación de las Llamadas del Mensaje de Fátima, y la declaración el Santo Rosario como oración litúrgica.

El segundo encuentro fue en mayo de 1991.

El tercero fue en mayo de 2000, cuando Juan Pablo II beatificó a sus primos Francisco y Jacinta Marto. Aunque tenía ya 92 años, la Hermana Lucía pudo asistir. Reconoció y confirmó el texto del Tercer Secreto, y asistió a toda la ceremonia.

“El Mensaje de la Señora ya había sido entregado a la Iglesia y ya se expandía por las cuatro partes del mundo; la Consagración del mundo ya estaba hecha, como Nuestra Señora había pedido; ahora, eran Beatificados sus Primos y la tercera parte del Secreto se haría pública en unos momentos… ¿no estaba ya su misión cumplida? Pero de nuevo renovaba su Sí para el tiempo que el Señor quisiese. Quedaba, sin embargo, en sus ojos de niña, una añoranza, la nostalgia del Cielo. Quien vio la Belleza verdadera, ya nada en la tierra le puede llenar el alma” (Un Camino bajo la mirada de María. Capítulo XVIII. pg. 461).

También llegó a encontrarse en 1996 con el entonces cardenal Joseph Ratzinger.

El encuentro definitivo

Los días de la Mensajera de María llegan a su fin. La última noche aquí en la tierra, la Hermana Lucía la pasó con mucho sufrimiento, pero en paz. Hacia la medianoche la religiosa que la asistía le llevó a los labios la imagen de Nuestra Señora de Fátima, que en su cabecera velaba su holocausto. La besó y fue su último beso. Era el saludo a la Señora más brillante que el Sol, en la entrada del día que para la Pastorcita ya no iba a tener ocaso. Durante el resto de la noche, mientras la acompañante rezaba el rosario, ella iba moviendo los dedos como si pasase las cuentas del rosario, fiel hasta el final a la petición de la Señora de la Encina.

La mañana del domingo 13 de febrero de 2005  recibió una carta con la bendición del Santo Padre Juan Pablo II, que le leyeron al oído. Era el Supremo Pastor de la Iglesia que venía, por este medio, a bendecir a la Pastorcita ya a punto de levantar vuelo en brazos de la Madre. 

El Sr. Obispo y su comunidad de Carmelitas la acompañaban con oraciones. Cuando no esperaban volver a ver aquellos ojos que tantas veces contemplaron a la Celestial Señora, esos ojos se abrieron para mirar profundamente a todas las Hermanas que la rodeaban y recibían con intensa emoción aquella delicada despedida. Después de mirar el crucifijo que la Priora le colocó delante, los cerró para siempre. 

Así partió vestida de silencio y sencillez, en brazos de la Señora, al encuentro de sus primos Francisco y Jacinta. Su cuerpo reposa en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario en Fátima.

Los grandes mensajes

En medio de la Primera Guerra Mundial, y de las graves amenazas del Comunismo y del ateísmo, la Virgen, como buena Madre, salió al paso de sus hijos. Vino a mostrarnos, a través de tres niños inocentes que le fueron fieles, los designios de misericordia de Dios.

Como escribió la misma Lucía, no pensemos que estas apariciones y sus mensajes fueron solo para esos tres niños, para esa época. Van dirigidas a todos -creyentes y no creyentes- pues todos tenemos un alma que necesitamos salvar para ser felices ahora y en la vida eterna.

Si hacemos caso a este mensaje que Ella nos trae, nos salvaremos y vendrá la paz al mundo.

Las peticiones de la Señora, dice Lucía, son sencillas. La Virgen no nos pide algo imposible:

  • Rezo del Santo Rosario diario. Pidió que se rezase por la salvación de los pecadores y la paz del mundo.
  • La devoción a su Inmaculado Corazón.
  • La Consagración a su Inmaculado Corazón, con el signo externo del escapulario del Carmen.
  • Penitencia, que fundamentalmente es la que conlleva el cumplimiento fiel de los deberes del propio estado.

En recompensa, la Virgen prometió, a quienes hagan esos cinco Primeros Sábados de mes seguidos y cumplan esas condiciones, que en la hora de la muerte les dará las gracias necesarias para salvarse.

La Gran Promesa de los Cinco Primeros Sábados

La Virgen pidió a Lucía, como parte integrante de lo anterior, que le dedicásemos particularmente los primeros sábados de mes. Esto requiere:

  • Confesar (ese mismo día o alguno anterior, con tal de estar en gracia y tener la intención de reparar que pide la Virgen).
  • Comulgar.
  • Rezar los cinco misterios del Santo Rosario y hacer compañía a la Virgen con un cuarto de hora de meditación. O bien, rezar los cinco misterios meditando 3 minutos en cada uno.

Todo ello con la intención de desagraviar al Inmaculado Corazón de María.

Oración para pedir una gracia a través de la Hermana María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os agradezco las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima para manifestar al mundo las riquezas de su Corazón Inmaculado. Por los méritos infinitos del Santísimo Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María, os pido que, si es para vuestra mayor gloria y bien de nuestras almas, os dignéis glorificar ante la Santa Iglesia a la Hermana Lucía, pastorcita de Fátima, concediéndonos, por su intercesión, la gracia que os pedimos… Amén.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.

(Con licencia eclesiástica)

Quienes obtengan algún favor por su intercesión, se ruega lo comuniquen al Carmelo de Santa Teresa. 3000-359 Coimbra – Portugal. irmalucia@carmelitas.pt 
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