Cuando los fariseos se acercaron a Jesús para preguntarle cuál era el mandamiento principal de la Ley, Jesús les respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Dios es amor y Dios es el único origen de todo amor. Luego, todo amor humano auténtico nace de Dios. Concepción ésta profunda y límpida del amor, revelación suprema de la Sagrada Escritura: El amor a Dios y el amor al prójimo son de la misma naturaleza.
Amarás…
“Amarás…”, le serás fiel, leal. Es la exigencia esencial de Dios al hombre. Y para ello Dios pone en el alma un sentimiento de seguridad, hace vivir confiado: “Aunque me encuentre en guerra, yo sigo confiado” (Salmo 27, 3). Dios es Aquel en quien me puedo abandonar y en ningún otro. Dios es la respuesta adecuada para el desprotegido. No hay otro alguno digno de última confianza sino Dios. En Él mi confianza es firme, está sólidamente fundamentada.
Dios es el gran auxiliador. Su bondad y gracia es universal: en todas las direcciones. Pero tiene una orientación preferencial: el machacado cualquiera que sea. Por lo tanto: el débil, el niño, el pecador…
Dios vive sus instantes amando. Y amando tienes tú que vivir la presencia de Dios. Amando al prójimo, amando a Dios. Así te lo dice el Espíritu santo: “Mi vivir actual es un vivir el modo de vida del Hijo de Dios, y el modo de vida del Hijo de Dios es sólo éste: un amor a mí llevado al extremo de darse a la muerte a favor de mí” (Ga 2,20).
El mandamiento grande y el primero
El primero, es decir, no el primero en el tiempo o en el espacio, sino el primero porque está en el origen de todo, es la esencia íntima de Dios; el que está debajo de todos los mandamientos dándoles cuerpo. Todos los mandamientos son sólo matices de este solo y único mandamiento.
El amor debe movilizar toda tu persona y sólo el amor. Estás en constante movimiento, haces muchas cosas, tienes muchas experiencias, vives agitado y ansioso; es decir, buscas pero nunca encuentras. Siempre se te escapa lo que buscas. Buscas la felicidad pero la buscas mal. Busca eso que buscas pero búscalo bien. Tu vida un rosario de experiencias de búsqueda que acaban en frustración; fueron espejismos que desembocaron en amargura y decepción.
¿Cómo encontrar eso que buscas totalmente, sin fisuras? ¿Cómo encontrar el vivir pleno, sin límite? Amando. Amando a Dios y al prójimo.
Amar es la única ley del Reino de Dios, la única y absoluta norma de la vida de Dios. Para ser feliz basta una cosa: Amar. Aprende a amar y vivirás y harás vivir. Eso es todo. Sólo tienes un mandamiento, un camino: amar. Amar sin medida, sin cálculo. Santa Teresita del Niño Jesús, con su acierto y sencillez decía que «en el amor el cálculo no entra».
La gran novedad de Jesús
Amar es sentir el prójimo tan cerca de mí como yo mismo, identificarme con él, ser uno con él: Ama hasta las últimas consecuencias y habrás cumplido el Evangelio. Amar es proximidad: Crea proximidad, rompe barreras y crearás amor.
Hay una sola condición para acceder a Dios: AMAR.
¡Qué fácil auto engañarse creyendo que amar es amar en abstracto! Amar es compromiso, riesgo comprometido que nos exige el prestar un servicio eficaz. Este mandamiento del amor a Dios incluye el amor al prójimo. El amor al prójimo está unido con indisoluble unidad al amor de Dios: esta es la doctrina de Jesús. Es necesario que sientas por el prójimo aprecio semejante, interés semejante al que sientes por Dios.
El amar a Dios y en Él al prójimo, es una obligación que no tiene límite. A Dios le define la misericordia. También debe definirte a ti. La alianza de Dios con el hombre en Jesús me dice que Dios hace una sola cosa con el hombre si el hombre no se cierra: “Tuve hambre y me disteis…”; “Tú en Mí y Yo en ellos para que sean llevados a la perfección en la unidad”. El amor debe tener en ti sencillamente la primacía.
Jesús cita en esta declaración sobre el primer mandamiento el texto del Deut. 6,5: “Amarás al Señor Dios tuyo…” y el del Lev.19,18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús hace unidad de estos dos mandamientos, Jesús coloca el amor al prójimo al mismo nivel que el amor a Dios, hace igualmente pesado el amor al prójimo que el amor a Dios, tanto pesa, pesa tanto, el amor al prójimo como el amor a Dios. Ambos mandamientos pesan tanto, quedan hechos uno solo. Esta es la gran novedad que se introduce con Jesús: el hombre pesa tanto como Dios.
Si Dios nos amó así…
El camino para amar verdaderamente a Dios es la caridad fraterna, el amor a mi hermano, amar donde quiera que haya un hombre. Es caminar y llegar porque el que ama no sólo va hacia Dios sino que ha llegado a Dios, tiene a Dios, porque Dios es amor y donde hay auténtico amor está Dios y se posee a Dios. “Queridísimos, si Dios nos amó así también nosotros debemos amarnos mutuamente. A Dios nadie le ha visto jamás, pero si nos amamos mutuamente, Dios está en nosotros y el amor de Dios en nosotros ha llegado a su perfección” (1 Jn. 4, 11).
El Apóstol San Juan de “Si Dios nos amó así”, deduce que nosotros «debemos amarnos mutuamente”, cuando parece que lo lógico sería: Si Dios nos amó así, devolvamos ese amor a Dios amándole también así. Pero no. Sino que dice: Si Dios nos amó así, amémonos mutuamente. Porque al amar al prójimo amo la imagen viva de Dios que es el prójimo, amo a Dios en el prójimo.
Pidamos a Nuestra Señora, Madre del Divino Amor, que si Dios nos amó así (tan exactamente, realmente, fielmente, ciertamente), también nosotros amemos así: con prioridad, con gratuidad, con espontaneidad, con generosidad.