Hoy la liturgia nos transporta a Nazaret, para contemplar allí la vida de la Sagrada Familia, ejemplar y modelo de la familia natural, en la que nacemos, y de la familia sobrenatural en la cual hemos sido adoptados por la gracia de Dios en el Bautismo.
A través de su Encarnación, Dios quiso penetrar todos los campos de la vida humana, y aquí la familia ocupa un lugar privilegiado. Aunque el mundo se ha apartado enormemente del plan originario que el Creador tuvo para con la familia, este plan sigue estando vigente, y resplandece de forma especial en la Sagrada Familia. Y en el caso de la Sagrada Familia, sucede además algo extraordinario, pues el Niño Dios, aunque quiso venir al mundo como uno de nosotros, fue engendrado por obra del Espíritu Santo.
Iglesia doméstica
Gracias a la presencia del Divino Niño, la familia adquiere un realce especial. Ya no corresponde solamente al plan creador de Dios, sino que también tiene su sitio en el orden de la Redención. ¡El matrimonio cristiano ocupa un lugar fundamental en la vida de la Iglesia! Los padres no sólo deben preocuparse de dar alimento y hogar a los niños; sino que su primera obligación consiste en procurar que sus hijos crezcan y maduren en la fe cristiana. Por eso se dice que las familias están llamadas a ser “Iglesias domésticas”.
Santuario de vida
El hecho de que Dios Padre confió a su Hijo a una familia humana, nos muestra la dignidad de la familia y su misión sobrenatural. ¡Las familias están llamadas a ser los santuarios de la vida, donde ésta se engendra y crece, dando testimonio del Hijo de Dios en este mundo!
Así sucedió con la Sagrada Familia y lo mismo ha de suceder en todas las familias de los cristianos, que han vuelto a nacer en el Bautismo y quieren responder a la misión que Dios les ha confiado a través del sacramento del Matrimonio.
Los padres deben estar muy atentos para descubrir si nace una vocación entre sus hijos, para servir a la Iglesia como sacerdote o religioso. Las familias santas, en las que fluye la gracia sacramental, se convierten en signos misioneros, y en ellas se colocan los fundamentos para la santificación y sanación de otras familias.
Pidamos a María santísima, tabernáculo del Verbo encarnado, y a san José, testigo silencioso de los acontecimientos de la salvación, que nos comuniquen las virtudes que ellos vivían: caridad, benignidad, paciencia, humildad, modestia, respeto mutuo, amor a la oración, fidelidad a Dios, unión, caridad… y consagremos nuestra familia a la Sagrada Familia de Nazaret.
Consagración a la Sagrada Familia
Oh Jesús, Redentor nuestro amabilísimo, que habiendo venido a iluminar al mundo con la doctrina y con el ejemplo, habéis querido pasar la mayor parte de vuestra vida, humilde y sujeto a María y a José en la pobre casa de Nazaret, santificando a aquella Familia que había de ser el modelo de todas las familias cristianas; acoged benigno la nuestra, que ahora se dedica y consagra a Vos.
Dignaos protegerla, guardarla y establecer en ella vuestro santo temor, con la paz y concordia de la caridad cristiana, para que imitando el ejemplo divino de vuestra Familia, pueda alcanzar toda entera, sin faltar uno solo, la eterna bienaventuranza.
María, Madre de Jesús y Madre nuestra, con vuestra piadosa intercesión haced que sea aceptable a Jesús esta humilde ofrenda, y obtenednos su gracia y bendición.
Oh san José, custodio santísimo de Jesús y de María, socorrednos con vuestras plegarias en todas las necesidades espirituales y temporales, a fin de que en unión con María y con Vos, podamos bendecir eternamente a nuestro divino Redentor Jesús. Así sea.Hoy la liturgia nos transporta a Nazaret, para contemplar allí la vida de la Sagrada Familia, ejemplar y modelo de la familia natural, en que nacemos, y de la familia sobrenatural en la cual hemos sido adoptados por la gracia de Dios en el Bautismo. Amén.