Jesús, sin tener mancha alguna que purificar, quiso someterse a este rito de la misma manera que se sometió a las demás observancias legales, que tampoco le obligaban. Al hacerse hombre, se sujetó a las leyes que rigen la vida humana y a las que regían en el pueblo israelita, elegido por Dios para preparar la venida de nuestro Redentor.
El Bautismo de Juan
Juan predica por las riberas del Jordán. Una muchedumbre oye sus palabras de trueno que exhortan a penitencia: «Se acerca el reino de Dios; preparad los caminos del Señor.» Cuando Juan termina la predicación, los que se reconocen pecadores se acercan a Él para que les bautice. Jesús mezclado entre ellos se acercó también. Acepta la carne de pecado por ser voluntad de su Padre. Y acepta todas las consecuencias de debilidad y dolor propios de la carne de pecado: «Dios envió a su propio Hijo con una carne semejante a la del pecado» (Rm 8,3); «A aquel que no conoció pecado lo hizo pecado por nosotros” (2 Co 5, 21).
Juan no conocía a su primo. Había pasado casi toda la vida en el desierto; pero, al acercarse Jesús, la luz del cielo le iluminó para que le reconociese. Cuando se vio a solas con Jesús, admirado de la actitud humilde de aquel hombre cuya grandeza conocía, se negó rotundamente a bautizarle: «Yo debo ser bautizado por Ti; y ¡Tú vienes a mí!»
Jesús le contesta con sencillez: «Deja ahora. Conviene que cumplamos así toda justicia.» San Pablo dirá: «Dios envió a su Hijo nacido de una mujer, nacido sujeto a la ley» (Ga 4, 4). Convenía que Jesús fuera bautizado para edificar a los hombres con el ejemplo de humildad y para honrar la persona del Precursor.
La Glorificación de Jesús
Jesús no se detuvo a manifestar sus pecados como hacían los pecadores, pues estaba limpio de todo pecado; pero se retiró a hacer oración; y entonces recibe la glorificación del Eterno Padre.
Se rasgó el cielo. Descendió sobre Jesús el Espíritu Santo en forma de paloma; y el Eterno Padre hizo oír su voz que decía: «Éste es mi Hijo muy amado en quien me he complacido.» Era la presentación oficial que el Eterno Padre hacía de su Hijo. Pronto iba a empezar a predicar y los hombres tenían que saber quién era aquel personaje que se presentaba como Maestro.
La glorificación de Jesús la presenció Juan y los discípulos que estaban con Él. Y se cumplió una vez más lo que predicaría Jesús: el que se humilla será ensalzado. Se cumplió en el mismo Jesús. En sus mayores humillaciones recibió la mayor glorificación: en la cueva de Belén, en la Ribera del Jordán, en el monte Calvario.
Y se cumplirá también en ti. Si eres humilde, Dios te ensalzará. Puede ser que aun aquí en la tierra. Ciertamente en el cielo.
Nuestro Bautismo
En el Bautismo recibimos la fe y la gracia. El día en que fuimos bautizados fue el más importante de nuestra vida. De igual modo que la tierra árida no da fruto si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos como un leño seco, nunca hubiéramos dado frutos de vida sin esta lluvia gratuita de lo alto. Nos encontrábamos, antes de recibir el Bautismo, con la puerta del cielo cerrada y sin posibilidad de dar el más pequeño fruto sobrenatural.
Decía el Beato Columba Marmion: “La gratitud es el primer sentimiento que debe nacer en nosotros de la gracia bautismal; el segundo es el gozo. Jamás deberíamos pensar en nuestro bautismo sin un profundo sentimiento de alegría interior.”
“Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo –exhortaba San León Magno- no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio. Porque tu precio es la sangre de Cristo”.
El bautismo nos inició en la vida cristiana. Fue un verdadero nacimiento a la vida sobrenatural. Somos nada más y nada menos que ¡hijos de Dios! Esforcémonos en vivir conforme a esta dignidad.
Vida de la gracia
Debes, pues, convencerte de la necesidad que tienes de ser fiel a esta vida de la gracia de tu alma…, de la obligación que te incumbe de trabajar por conservarla…, y de huir de todas las ocasiones de pecado.
Justamente ese es uno de los objetivos de nuestra consagración a María Santísima. Con su ayuda y materna protección, nos conduce al perfecto cumplimiento de las promesas bautismales: Por la consagración, dirá san Luis María Grignion de Montfort, «renuncia el cristiano al demonio, al mundo, al pecado y a sí mismo, y se da todo entero a Jesucristo por manos de María. Y aún se hace algo más, toda vez que en el bautismo se habla ordinariamente por boca de otro, es decir, por el padrino y la madrina; no se entrega uno a Jesucristo sino por medio de procurador, pero en esta devoción se hace esa entrega por sí mismo, voluntariamente y con conocimiento de causa» (VD 126).
¡Qué hermoso propósito sería el renovar todos los días la entrega de nuestro corazón a nuestra Madre bendita, y juntamente con ello, nuestra fidelidad a las promesas bautismales!
Fuentes Ad Sensum:
- Luz (P. Juan Rey, S.I)
- Meditaciones sobre la Santísima Virgen: P. I. Rodríguez Villar