La Liturgia de la Palabra nos sigue dando enseñanzas concretas sobre la necesidad de la conversión y sobre la misericordia de Dios que persigue al hombre para conducirle a la salvación. El Evangelio de este domingo nos narra la conversación que tuvo Jesús con Nicodemo, donde el Señor dice que, de la misma manera que «Moisés elevó la serpiente en el desierto, así debe ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna».
Como hijos de las tinieblas, todos los hombres hemos sido mordidos por el pecado, la muerte y la condenación. Para librarnos de esa condenación, el Padre nos ofrece la redención por la Cruz de Cristo y, de esta manera, nos regenera de nuevo para la vida de hijos suyos e hijos de la luz.
Comenta San Agustín: «Moisés levantó la serpiente en el desierto para que sanasen quienes en el mismo desierto eran mordidos por las serpientes, mandándoles mirarla, y quien lo hacía quedaba curado. Del mismo modo, conviene que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él, que lo contemple levantado, que no se avergüence de su crucifixión, que se gloríe en la Cruz de Cristo, no perezca, sino que tenga la vida eterna. ¿Cómo no morirá? Creyendo en Él. ¿De qué manera no perecerá? Mirando al levantado».
El camino de la Cruz
A esto nos invita de manera especial este tiempo de Cuaresma, a contemplar al crucificado, en cuyas heridas hemos sido curados y rescatados. El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por el camino de la Cruz: no es un camino de desgracia, porque Cristo mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza.
La cruz del Señor nos espera cada día de nuestra vida. En algunas ocasiones la encontramos en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en una incomprensión, en la muerte de un ser querido. Pero frecuentemente consistirá en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia; un imprevisto con el que no contábamos, el carácter de una persona difícil, planes que se cambian a última hora, contratiempos, malestares, etc.
La cruz, pequeña o grande, aceptada con amor, produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada o con una íntima rebeldía que sale en seguida al exterior en forma de tristeza o malhumor.
El Amor infinito de Dios
Es lo que le sucedió a algunos de los contemporáneos de Jesús: por rechazar su cruz, prefirieron seguir viviendo en sus tinieblas de pecado, «porque sus obras venían siendo malas». No quisieron abrirse a la luz liberadora que el Señor les ofrecía. Esto nos atestigua que no es Dios el que rechaza al hombre, sino el hombre que opta deliberadamente por no acoger y despreciar los supremos recursos del Amor infinito de Dios.
«Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo» (Ef 2, 4-5). Es éste el gesto extremo de la misericordia de Dios: en lugar de castigar en el hombre ingrato y reincidente sus pecados, los castiga en su Unigénito, a fin de que creyendo en Cristo Crucificado se salve el hombre.
Respuesta del hombre
La salvación es un don gratuito que ninguna criatura habría podido nunca merecer. Y sin embargo, desde hace dos mil años este don ha sido otorgado a toda la humanidad, y para beneficiarse de él el hombre no tiene más que creer en Cristo y adherirse a su Evangelio con una fe con obras.
Nos dice el Evangelio que «Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Sin embargo, existirá una condenación, pero será la que el hombre se imponga a sí mismo, porque así como el que cree en Cristo «no será condenado», así «el que no cree, ya está condenado».
María nos alienta en el camino
Cerca ya de la Semana Santa y de la Pascua, vivamos estos días en íntima unión con María, Madre de los Dolores. Pues de la misma manera que estuvo presente en el Calvario, al pie de la Cruz de su Hijo, está presente al pie de las cruces diarias de nosotros, hijos suyos.
El Corazón de Santa María ha sido creado para alojar en Sí todo el dolor del mundo. Todo el dolor de los hijos que sufren tiene un lugar de reposo en el Corazón de María. Si no nos apartamos de su lado, Ella nos sostendrá para que no desfallezcamos en el camino y nos enseñará a tener esa mirada de fe y acogida hacia su Hijo que nos ofrece la Salvación.