El Evangelio de hoy, que narra la curación milagrosa de un sordomudo por parte de Jesús, es una invitación a confiar siempre en el Señor por más difíciles que sean las circunstancias de nuestra vida. Es interesante cómo comienza el pasaje de este domingo: «le presentan un sordo… y le piden que le imponga la mano». No es el enfermo mismo el que acude a Jesús, no es él quien le suplica que lo cure, son otros, quizá sus padres o amigos.
Cuántas veces la salvación o las gracias que necesitan nuestros seres queridos, y que ellos no saben o no se atreven a pedir, dependen de nuestra oración. Cuántas madres que sufren por sus hijos, o esposos por su matrimonio que no funciona y entra en crisis, o amigos por compañeros que van por malos pasos…, son los que piden a Jesús, y Jesús se complace en esa oración que le dirigimos por otros.
Como más nos conviene
Pero hay que tener en cuenta una cosa: Jesús no se repite en su manera de actuar. Sabemos que en otras curaciones con solo una palabra: “quiero”, se realizaban. Con este sordomudo no sucede así. En vez de devolverle al instante el uso del oído y del habla, lo toma de la mano y lo lleva aparte. En su sabiduría, no quiere curar al enfermo con una palabra sin más, sino que lo hace paulatinamente. Primero pone sus dedos en los oídos del sordomudo y luego le humedece la lengua con su propia saliva.
¿Por qué no obra el milagro de una vez? Porque Dios es impredecible en su manera de actuar y en sus caminos. Si nosotros esperamos que Dios obre de una manera como vimos con otros, y no lo hace así con nosotros, nos desconcertamos, y es que olvidamos que Dios es Dios, y obra como Él sabe que más nos conviene. Con unas personas obra de una manera, y con otras, de un modo diferente. Él no se ata a nuestros esquemas.
Para nuestra salvación
Pero en el modo de actuar Jesús con este sordomudo podemos adivinar por qué lo hace así. Quizá al enfermo sólo le interesaba su salud física. Era lo único que le importaba. Y como para lo que Jesús ha venido es para salvarnos, lo que Él procura no es la curación de su cuerpo, sino ante todo, la curación de su alma. Por eso al obrar de modo paulatino, lo que hace es suscitar la fe y la confianza del enfermo en Él.
Cuando Jesús obra milagros es porque busca nuestro bien espiritual. Con unos obrará milagros, a otros los conducirá por el camino de la fe, sin ver nada extraordinario en sus vidas. Pero a cada uno nos da lo que necesitamos y para todos busca nuestra salvación.
Todo lo ha hecho bien
Una vez que el enfermo está preparado para recibir el don de la fe, pronuncia esta sencilla palabra, en el idioma de su país, Effétha, es decir, «ábrete». Ante el don recibido, le manda que guarde silencio; pero cuantos conocieron esta curación milagrosa quedaron admirados y, en su asombro, elogiaban a Jesús: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Ésta tendría que ser también nuestra actitud con todo lo que Dios obra o permite en nuestra vida: «Todo lo hace bien». Es la expresión de un corazón agradecido, con su Dios, las palabras de un hijo que confía y se fía de su Padre, y sabe que todo lo que le da es para su bien, es la fórmula de un alma en paz. Cuando nosotros nos empeñamos en que Dios obre de otra manera, o que cumpla nuestros deseos o caprichos, y no lo hace así, perdemos la paz, e impedimos la obra que Dios quiere realizar en nosotros. La paz la encontraremos únicamente aceptando de corazón la voluntad de Dios.
Que María Inmaculada nos conceda oídos dóciles a la palabra de Dios y nos alcance la gracia de sanarnos de esa falta de fe y de confianza que impide a Dios obrar en nuestra vida.