Próximos a concluir el ciclo litúrgico, el Evangelio de hoy (Mc 13, 24-32) nos propone un fragmento del discurso escatológico, que hace referencia a los últimos tiempos. Jesús nos invita a fijar nuestra mirada en las realidades últimas: el fin del mundo y su segunda venida. No podemos dudar, el Evangelio afirma con toda certeza que este mundo se termina y que Cristo vendrá con gloria para reunir a los elegidos que le han permanecido fieles en medio de las tribulaciones.
Hay una palabra clave que se repite dos veces: “está cerca”. Nosotros tendemos a olvidarnos de esa venida decisiva de Cristo, que se hará presente no como la primera vez, en la debilidad de la carne, sino revestido con todo su poder divino. Pensamos que su venida está muy lejos, como si no fuera con nosotros. Sin embargo, el Señor “está cerca” y no podemos hacernos los desentendidos. El que se olvida de esta venida definitiva de Cristo, que viene a pedirnos cuentas, y no está preparado, se lamentará como las vírgenes insensatas, que no tenían aceite y no pudieron entrar en el reino de los cielos.
Estad alertas
Junto a esta palabra clave de proximidad, hay dos actitudes a las que nos invita Jesús: La primera: a vivir alertas. «El día y la hora nadie lo sabe». Dios ha ocultado el momento, es imprevisible; y esta imprecisión forma parte de su plan infinitamente sabio y amoroso. No obra así para sorprendernos, pues Dios quiere que todos los hombres se salven; lo que procura es que estemos vigilantes, atentos, «para que ese día no nos sorprenda como un ladrón» (1 Tes 5,4).
No se trata de vivir en el temor, sino de esperar con amor ese momento del encuentro de ese Dios a quien hemos amado en esta tierra. La vida temporal solo se vive una vez, no existe la reencarnación como algunos afirman. La Escritura lo dice: «Está establecido que el hombre muera una sola vez, y después el juicio» (Heb 9,27). Como no sabemos el tiempo ni la hora de nuestro encuentro definitivo para la eternidad, solo la esperanza responsable puede mantenernos en vigilancia amorosa para el «Día del Señor». Los que hayan resistido a la gracia resucitarán «para ignominia perpetua», como dice la primera lectura. Depende de cada uno no frustrar el plan de Dios que quiere salvarnos.
San Agustín comenta: «Que nadie pretenda conocer el último día, es decir, cuándo ha de llegar. Pero estemos todos en vela mediante una vida recta, para que nuestro último día particular no nos halle desprevenidos, pues de la forma como haya dejado el hombre su último día, así se encontrará en el último del mundo. Serán las propias obras las que eleven u opriman a cada uno… ¿Quién ignora que es una pena tener que morir necesariamente y, lo que es peor, sin saber cuándo? La pena es cierta e incierta la hora; y, de las cosas humanas, solo de esta pena tenemos certeza absoluta» (Sermón 97,1-2).
Estar alertas es esforzarnos por vivir en gracia de Dios, dedicar un tiempo diario a la oración, frecuentar los sacramentos, hacer obras buenas con los demás.
Fortalecer nuestra esperanza
Y la segunda actitud a que nos invita Jesús es a vivir la esperanza. La segunda venida gloriosa de Cristo tiene que fortalecer nuestra esperanza. Su venida es la intervención decisiva de Dios en la historia de la humanidad, que viene a restaurar en él todas las cosas. El mal, la injusticia, los abusos, la mentira, la traición no tienen la última palabra. Dios viene a restaurarlo todo y, como juez y Señor de la historia, viene a dar a cada uno según sus obras.
Este acontecimiento final y definitivo dará sentido a todo el caminar humano, a tanto dolor, a tantos sucesos que nos desconciertan, a tantos “por qué” que no entendemos a lo largo de nuestra vida. Y ese día, Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y comprenderemos que nuestro sufrimiento tenía un propósito en el plan de Dios.
Todo tiene un propósito, y, aunque Jesús nos habla de tiempos de angustia, también esto es un motivo de esperanza. Las pruebas y los sufrimientos de aquella hora serán la última llamada de Dios a los pecadores a la conversión y la última purificación de los elegidos.
Cuándo y cómo sucederá esto, es inútil indagarlo; es secreto de Dios. Lo que importa es saber que las tribulaciones de hoy como las de mañana, tanto de los individuos como de las naciones, tienen como único fin preparar a los hombres para la venida final de Cristo y para su glorificación en el cielo.
Vigilancia y esperanza
María vivió siempre estas dos actitudes de vigilancia y esperanza. Ella meditaba en su corazón la Palabra de Dios para hacerla vida. Toda su existencia estuvo regida por la voluntad de Dios, de la que no se apartaba, a pesar del dolor y el sufrimiento que vivió.
Cuando llegó la prueba dolorosa de la cruz, estaba preparada. Y en medio de todas esas situaciones, rutinarias o dramáticas, mantuvo siempre su esperanza, sabiendo que Dios lo dirige todo para el bien.
No debemos estar ansiosos pensando en cuándo y cómo será ese día, ni dejarnos vencer por el miedo a las catástrofes que van a sobrevenir. Al contrario, debemos fortalecer nuestra fe llevando una vida grata a Dios, dedicando más tiempo a la oración, rezando el Santo Rosario todos los días, que es uno de los instrumentos que la Virgen nos ha dejado, junto a la devoción a su Inmaculado Corazón, para librar las batallas de los últimos tiempos.
Pidamos a Nuestra Señora que nos ayude a vivir en vigilante espera la segunda venida de Cristo para que podamos ser del grupo de los elegidos, que gozarán por siempre en el Cielo, donde ya no habrá llanto y dolor.