Primer domingo de Adviento. Tiempo de preparación, no solo para celebrar el Misterio del Verbo hecho carne, sino también para la definitiva y gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos.
El Adviento nos invita a preparar nuestras almas para la venida del Señor con la conversión del corazón. Jesús nos exhorta a velar y orar, a fin de estar preparados para su venida: «Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis (…) comparecer ante el Hijo del Hombre» (Lc 21, 36). En el Evangelio tenemos señaladas las dos actitudes con las que hemos de disponernos: la vigilancia y la oración.
Jesús volverá glorioso al final de los tiempos. Por ello nos pide que estemos atentos para que nuestros corazones no se dejen absorber por las preocupaciones materiales y los placeres, hasta el punto de quedar atrapados en ellos, y nos advierte que lo esperemos vigilando, puesto que su venida no se puede pronosticar, sino que será repentina e imprevisible. Sólo quien está preparado no temerá ese día. Debemos vivir ante los ojos del Señor preparándonos para ese encuentro definitivo. Si vivimos así, no temeremos el momento de la muerte, el momento del encuentro con Él.
Tiempo de conversión
Muchas personas tienen miedo a morir, pero es porque saben, en lo hondo de su corazón, que viven en pecado y temen el momento en que Dios las juzgará. El que vive en gracia de Dios no temerá el encuentro con el Señor porque oirá de Él estas palabras: «Ven, bendito de mi Padre». En cambio, el que vive en pecado mortal, siente miedo ante la muerte porque teme oír esa sentencia definitiva: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno».
Adviento es tiempo de conversión. Si nuestras almas se han alejado del Señor es el momento de despertar a nueva vida, de despojarnos de lo que nos conduce al pecado y disponernos con una buena confesión a recibir la gracia de Dios en nuestros corazones.
Acoger a Jesús en nuestro corazón
Lo importante de la Navidad es que Jesús nazca en nuestras almas, pero no lo hará si no renunciamos a aquellas cosas que nos apartan del Él.
Prepararnos a la venida del Señor no significa adornar nuestras casas y nuestras ciudades con luces y figuras. Eso debe ser la expresión externa de lo que tenemos en nuestro interior. Lo realmente importante es la preparación de nuestras almas para vivir en profundidad el inefable misterio del Verbo de Dios hecho hombre y poder acogerlo en nuestro corazón.
Junto con la vigilancia, Jesús nos exhorta también a mantenernos en oración. La oración abre el corazón a la gratitud a Dios por el don tan excelso que nos ha hecho con el nacimiento del Hijo de Dios para nuestra salvación. La oración nos permite corresponder al amor infinito de Jesús; pero también la oración es la fuente de donde brota la fuerza para mantenernos firmes hasta el fin, de modo que nos halle sin culpa en el día de su venida.
Mirar a María
Para vivir de modo más auténtico este tiempo del Adviento, la liturgia nos exhorta a mirar a María. Ella, mujer del silencio y de la escucha, acogió con fe y con amor a Dios en su corazón, cuando Él llamó a la puerta de su joven vida. María, la siempre dócil a la acción del Espíritu Santo, nos conduzca a su escuela de Nazaret, para que «el Dios que viene» encuentre en cada uno de nosotros un corazón abierto y dispuesto para que Él lo pueda colmar de sus dones en esta Navidad que se aproxima.