El Evangelio de este domingo (Lc 3, 1-6) nos invita a la esperanza: Dios viene a salvarnos. El Adviento es un tiempo de gozo y de esperanza. En un mundo hundido en el dolor, la angustia o el desánimo, Jesús nos habla hoy al corazón y nos llama a recobrar la confianza, a que no nos dejemos abatir por las dificultades inevitables y los problemas diarios.
Dios viene a salvarnos: es decir, viene a habitar en medio de nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a reconciliarnos con Él y entre nosotros. Viene a nuestro mundo a llamar a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad, para traer el don del perdón, de la misericordia y de la paz.
Preparad el camino del Señor
Para acoger este don hemos de prepararnos. San Juan Bautista exhorta: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado» (Lc 3, 4-5). El Bautista es el Precursor, que recibió la misión de preparar al pueblo elegido para la venida del Salvador prometido, y también hoy sigue invitándonos a la conversión, para salir al encuentro del Señor que viene.
«Preparad el camino…» es una llamada incesante a la conversión. Esta invitación no siempre nos resulta grata; nos escuece, nos molesta… No queremos renunciar a ciertas cosas que anhelamos y a las que nos aferramos, pero se oponen a la voluntad de Dios… Y, sin embargo, la llamada a la conversión es llamada a la vida: sólo mediante la conversión se hará realidad que «todos verán la salvación de Dios».
Abrirnos a la salvación de Dios
Convertirnos es, en realidad, despojarnos de aquello que nos aparta de Dios, de aquello que constituye un obstáculo para nuestra verdadera felicidad y nos conduce a la muerte. Convertirnos significa seguir al Señor, elegir lo que Cristo eligió, amar lo que Él amó, conformar la propia vida a la suya. Convertirnos significa abrirnos a la salvación de Dios y dejar que Él nos sane, nos transforme y colme nuestras esperanzas.
«Que se eleven los valles, que desciendan los montes y colinas». La esperanza del Adviento quiere levantarnos de los valles de nuestros desánimos y cobardías, y abajarnos de los montes de nuestros orgullos y autosuficiencias. Quiere ponernos en la verdad de Dios y en la verdad de nosotros mismos.
Abramos el corazón a la confianza, derribemos los muros de desesperación que nos paralizan y acojamos el don de Dios que nos ofrece en el tierno Niño de Belén.
La Virgen Madre nos acompaña
En este tiempo de Adviento María, la Virgen Madre que nos acompaña en nuestro itinerario hacia la Navidad, es nuestro modelo para crecer en la fe. Ella es signo de segura esperanza y de consuelo en la prueba del sufrimiento. Ella nos enseña a amar a Dios sobre todas las cosas, siempre dispuestos a cumplir su voluntad.
María nos precede en este camino de conversión. Ella es el «camino» que Dios mismo se preparó para venir al mundo y el que nosotros hemos de seguir para liberarnos de toda esclavitud moral y material.
Como un hijo alza los ojos al rostro de su mamá y, viéndolo sonriente, olvida todo miedo y todo dolor, así nosotros, volviendo la mirada a María, reconocemos en Ella la “sonrisa de Dios”, el reflejo inmaculado de la luz divina. Dejémonos cautivar por esa belleza de María y de su mano recorramos estos días que nos quedan de preparación para la venida de nuestro Salvador.