Como pide la Santísima Virgen en Fátima, el Reinado de María aspira a consagrar cada persona, cada comunidad, cada nación y el mundo entero al Inmaculado Corazón de María.
La consagración es una entrega, una donación, una pertenencia a quien me consagro. Consagrarse a la Santísima Virgen es darse por entero a Ella, no solo para que nos proteja y ampare, sino para imitarla y dejarnos conducir y educar por su maternal corazón.
La consagración a María se fundamenta en la Sagrada Escritura. Primero en la Encarnación, cuando el Padre entrega a la Virgen a su Hijo (Cf. Jn 1,14; Lc 1, 31.38). Del mismo modo que el Verbo se confió a Ella, así también nosotros. Y en el momento vértice del Calvario, Jesús le hace entrega del discípulo (Jn 19, 27), que representa a toda la humanidad. «Jesús pues, viendo a la Madre y al discípulo estante al cual amaba, dijo a la Madre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. A continuación dijo al discípulo: “he ahí a tu Madre”». A partir de entonces la acogió el discípulo entre lo perteneciente a él; entre lo más íntimo de él, como una de las verdades que constituyen el contenido de su fe.
Algunos teólogos dicen que no tanto es que nosotros nos consagramos, sino que Dios nos consagra (nos santifica; cf. Jn 17, 17ss) por medio de María santísima.
Varios santos, impulsados por el Espíritu Santo, se han consagrado a la Virgen María con variadas fórmulas o modalidades, pero en definitiva con el deseo de pertenecer a la Virgen María.
A continuación podrás encontrar algunas fórmulas para tu consagración a la Santísima Virgen: la que hacemos en el Reinado de María y las de algunos santos.
Consagración del Reinado de María
¡Oh Bendita Madre de Dios y tierna Madre Mía!
A Ti me dirijo, Virgen de Corazón Inmaculado, Nuestra Señora que nos lleva al Encuentro con Dios. Eres a la vez Poderosa Señora y Madre de los pequeños, olvidados y miserables. Te confieso Mediadora maternal de todas las gracias, Corredentora en el dolor de compasión, Madre compasiva de tus hijos desvalidos. A Ti Dios quiso confiar toda la economía de la Misericordia, donde Tú entras, obtienes la gracia de la conversión y de la santificación.
Animado con esta confianza en tan Bondadosa Madre, reconociéndome pecador, lleno de miseria y necesitado de la gracia y misericordia que Tú posees, me postro a tus pies, renuevo y ratifico hoy en tus manos las promesas de mi Bautismo; renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas y obras malignas y
Líbremente me consagro a Ti, Nuestra Señora del Encuentro con Dios, me consagro a tu Inmaculado Corazón, para que tú seas mi Madre amantísima: vida, dulzura y esperanza, corazón de mi corazón. Sí, Madre, hazme hijo tuyo a tu gusto, configúrame según tu Inmaculado Corazón. Te proclamo mi Due- ña, mi Reina y Señora, mi Maestra y Consejera. Serás de modo irrevocable la que me lleve al feliz Encuentro con el Dios de mi vida.
Madre, haz que persevere en este amor santo que hoy me has inspirado. Necesito perderme y abandonarme confiadamente en Ti, sin condiciones e irrevocablemente. Y que todo lo haga en Ti, María, Contigo, desde Ti, por Ti y para eterna alabanza de la Santísima Trinidad. Dios Uno y Trino a Quien adoro y amo, creo en Su Amor, y espero en Su Misericordia cantar Contigo ¡oh María! –para siempre– la alabanza de su Gloria. Amén.
Consagración a la Inmaculada (San Maximiliano María Kolbe)
Oh Inmaculada, Reina del Cielo y de la tierra, refugio de los pecadores y Madre nuestra amantísima, a quien Dios quiso confiar toda la economía de la misericordia,
yo N***, indigno pecador, me postro a tus pies suplicándote humildemente me aceptes totalmente como cosa y propiedad tuya, y hagas lo que quieras de mí y de todas las facultades de mi alma y de mi cuerpo, de mi vida, muerte y eternidad.
Dispón también, si lo deseas, de todo mi ser sin reserva alguna, para cumplir lo que se dijo de ti: “Ella te aplastará la cabeza” (Gn. 3, 15), así como: “Tú sola has destruido todas las herejías en el mundo entero”, para que en tus manos inmaculadas y misericordiosísimas yo venga a ser un instrumento útil para introducir e incrementar lo más posible tu gloria en tantas almas extraviadas e indiferentes y para extender, cuanto sea posible, el bendito Reino del Sacratísimo Corazón de Jesús.
Donde tú entras, obtienes la gracia de la conversión y de la santificación, ya que toda gracia fluye, a través de tus manos, desde el Corazón dulcísimo de Jesús hasta nosotros.
CONSAGRACIÓN DE SÍ MISMO A JESUCRISTO, LA SABIDURÍA ENCARNADA, POR LAS MANOS DE MARÍA (San Luis María Grignion de Montfort)
¡Oh Sabiduría eterna y encarnada! ¡Oh muy amable y adorable Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo único del Padre eterno y de María siempre Virgen! Os adoro profundamente en el seno y en los esplendores del vuestro Padre, durante la eternidad, y en el seno virginal de María en el tiempo de vuestra Encarnación.
Os doy gracias porque os habéis anonadado tomando la forma de Esclavo para sacarme de la cruel esclavitud del demonio; os alabo y glorifico, porque os dignasteis someteros a María, vuestra Santa Madre, en todas las cosas, a fin de hacerme por Ella vuestro fiel esclavo.
Mas, ¡ay!, que ingrato e infiel como soy, no os he cumplido los votos y las promesas que tan solemnemente os hice en mi bautismo; no merezco ser llamado vuestro hijo ni vuestro esclavo; y como nada hay en mí que no merezca vuestra repulsa y vuestra cólera, no me atrevo a acercarme por mí mismo a vuestra santa y augusta Majestad.
Por eso he recurrido a la intercesión y a la misericordia de vuestra Santísima Madre, que Vos me habéis dado por medianera para con Vos; y por este medio espero obtener de Vos la contrición y el perdón de mis pecados, la adquisición y la conservación de la Sabiduría.
Os saludo, pues, ¡oh María Inmaculada!, Tabernáculo viviente de la divinidad, donde la Sabiduría Eterna escondida quiere ser adorada de los ángeles y de los hombres.
Os saludo, ¡oh Reina del Cielo y de la tierra!, a cuyo imperio está todo sometido, todo lo que está debajo de Dios.
Os saludo, ¡oh refugio seguro de pecadores, cuya misericordia no faltó a nadie! escuchad los deseos que tengo de la divina Sabiduría, y recibid para ello los votos y las ofertas que mi bajeza os presenta:
Yo, N***, pecador infiel, renuevo y ratifico hoy en vuestras manos los votos de mi bautismo; renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y me entrego todo entero a Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, para llevar mi cruz en pos de Él todos los días de mi vida, y a fin de serle más fiel de lo que he sido hasta ahora.
Os escojo hoy, ¡oh María!, en presencia de toda la Corte celestial por mi Madre y Señora. Os entrego y consagro, en calidad de esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores y aun el valor de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras, dejándoos entero y pleno derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, a vuestro beneplácito, a mayor gloria de Dios en el tiempo y en la eternidad.
Recibid, ¡oh Virgen benigna!, esta pobre ofrenda de mi esclavitud en honor y unión de la sumisión que la Sabiduría Eterna se dignó tener a vuestra maternidad; en homenaje al poder que ambos tenéis sobre este insignificante gusanillo y miserable pecador, y en acción de gracias por los privilegios con que la Santísima Trinidad os ha favorecido.
Protesto que en adelante quiero, como verdadero esclavo vuestro, buscar vuestro honor y obedeceros en todas las cosas.
¡Oh Madre admirable!, presentadme a vuestro querido Hijo en calidad de esclavo eterno, a fin de que habiéndome rescatado por Vos, me reciba por Vos.
¡Oh Madre de misericordia!, hacedme la gracia de obtener la verdadera sabiduría de Dios, y de ponerme para ello en el número de los que amáis, de los que enseñáis, guiáis, alimentáis y protegéis como a vuestros hijos y esclavos.
¡Oh Virgen fiel!, hacerme en todas las cosas tan perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría Encarnada Jesucristo, vuestro Hijo, que por vuestra intercesión y a vuestro ejemplo, llegue yo a la plenitud de su edad sobre la tierra y de su gloria en los cielos. Así sea.
ACTO DE CONSAGRACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA (Hna. Lucía de Fátima)
A Vos, oh Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, a vuestro Corazón Inmaculado me consagro en plena entrega de donación al Señor.
Tómame bajo Tu maternal protección, defiéndeme de los peligros que me rodean, ayúdame a vencer las tentaciones que me inclinan hacia el mal, a conservar la pureza de mi cuerpo, de mi espíritu y de mi corazón, para ser, por Ti, llevada a Jesús tu Hijo e Hijo de Dios, para con Él, ser consagrada sobre el altar y ofrecida al Padre, pequeñita Hostia de Amor, para eterna alabanza de la Santísima Trinidad a Quien adoro y amo, creo en Su Amor, y espero en Su Misericordia cantar Contigo ¡oh María! –para siempre– la alabanza de su Gloria.