“¡Ha resucitado el Señor, Aleluya, Aleluya!”: Esta es la gran noticia que hoy nos es gritada y proclamada y que llena de la más profunda alegría nuestros corazones. Pues como dice San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado vana sería nuestra fe”. (1Co. 15,17). Pero tenemos la seguridad de que Cristo ha resucitado y esta certeza sostiene toda nuestra vida, le da sentido y valor. “¡Verdaderamente ha resucitado!”.
Hoy contemplamos a María Magdalena llorando junto al sepulcro vacío (Jn 20, 1-9). Comentando este pasaje dice San Gregorio Magno:
“Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro… Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado.
Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas, tal como afirma la voz de aquel que es la Verdad en persona: El que persevere hasta el final se salvará. Primero lo buscó, sin encontrarlo; perseveró luego en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación, iba aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que buscaba.
Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación los enfría es porque no son o no eran verdaderos deseos.”
Mujer ¿por qué lloras?
María buscaba al Señor con ese corazón sincero y ardiente por el deseo, por eso Jesús no se puede resistir y le sale al encuentro. “Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?” Pero ella estaba tan fuera de sí por el dolor que no fue capaz de reconocer que tenía delante a Aquel que buscaba. Entonces el Señor, con infinita ternura la llama por su nombre: “María”.
Para Dios cada uno de nosotros es único. Él no nos llama de modo genérico sino que nos llama por nuestro nombre porque nos conoce y nos ama de una manera personal. También en este día de gozo, Él repite nuestro nombre porque desea que lo encontremos y, encontrándolo a Él, seamos felices. Sin embargo muchas veces nos sucede como a María. El dolor nos ciega y nos impide reconocer que tenemos de frente a Aquel que puede sanarnos.
El pasaje de hoy nos invita a contemplar nuestra vida a la luz de la fe en la resurrección de Cristo. Ante el sepulcro vacío también los hombres nos sentimos como la Magdalena, sin sentido. Hemos perdido el motivo de nuestra felicidad: ya sea por la muerte de un ser querido, por una enfermedad, por una ruptura emocional, por un fracaso que parecer irremediable, por tantas cosas que nos dejan como sin saber qué rumbo tomar. Para nosotros el sepulcro vacío de nuestra vida significa el fin, pero para Dios significa el comienzo de una nueva vida. Pero debemos comprender que no podremos llegar a una resurrección sin antes haber pasado por una muerte.
El centro de nuestra Fe
La resurrección de Cristo es el centro de nuestra Fe. Nosotros no creemos en ideas, por bonitas que sean. Nuestra fe se basa en un acontecimiento: Cristo ha resucitado. Nuestra fe es adhesión a una persona viva, real, concreta: Cristo el Señor. Y la Pascua nos ofrece la posibilidad de un encuentro real con el Resucitado y de la experiencia de su presencia en nuestra vida.
No podemos seguir viviendo como si Cristo no hubiese resucitado y no estuviese vivo. No podemos seguir viviendo como si no le hubiera sido sometido todo. No podemos seguir viviendo como si Cristo no fuera el Señor, mi Señor. Sólo cabe buscar con ansia al Resucitado, como María Magdalena o los apóstoles; o mejor, dejarse buscar y encontrar por Él. Y saber que Él es el que domina el acontecimiento de las cosas, por más fatales y catastróficas que nos parezcan. Nada escapa a su poder y a su dominio. Por eso no debemos tener miedo, pues como dice San Pablo: “todo concurre para el bien de los que aman al Señor”.
La fe de la Madre
Muchas veces no somos conscientes de que nuestra falta de fe es la causa de la desesperación que nos invade ante el sufrimiento. La Magdalena, los apóstoles, las demás mujeres habían perdido la esperanza porque su fe había muerto con Cristo el Vienes Santo.
Sin embargo la Virgen Santísima, a pesar del dolor lacerante que padeció, nunca vaciló en su fe. Por eso no se nos dice que Ella fuera al sepulcro, porque María no iba en busca de un muerto, creía que su Hijo había resucitado, lo creía porque Él lo había dicho y su fe no fue defraudada.
Ella nos invita a que aprendamos también nosotros a creer siempre en la Palabra de Dios. El cielo y la tierra pasarán, pero sus Palabras no pasarán. La fiesta de hoy nos recuerda, una vez más, que la victoria es de Cristo y que todo aquel que ponga su confianza en Él.
¡Feliz Pascua de Resurrección!