Este séptimo domingo de Pascua la Iglesia celebra la Ascensión del Señor. Y el texto de la carta a los Efesios nos da la clave para entender el significado verdadero de la ascensión: en Cristo, Dios Padre ha desplegado todo su poder, sentándolo a su derecha y sometiéndolo todo.
La Ascensión pone de relieve que Cristo es «Señor». Que todo –absolutamente todo– está bajo su dominio soberano. Y este dominio se traduce en influjo vital sobre la Iglesia, hasta el punto de que toda la vida de la Iglesia le viene de su Señor, de Cristo glorioso, al cual debe permanecer fielmente unida.
El Evangelio (Lc 24,46-53) nos subraya que, después de la ascensión, los discípulos se volvieron llenos de alegría. Es la alegría de contemplar la victoria total y definitiva de Cristo; la alegría de entender el plan de Dios completo y de descubrir el sentido de la humillación, de los padecimientos y de la muerte de Cristo. Es la alegría de saber que Cristo glorioso sigue misteriosamente presente en su Iglesia, infundiéndole su propia vida.
La esperanza nos sostiene
De la misma manera, todos los que permanecemos unidos a Cristo, nuestra Cabeza, debemos entender desde Él todo lo que acontece en nuestras vidas. Sólo mirados a la luz de la fe en esta verdad, nuestros sufrimientos tendrán un sentido y un valor eterno. Si Jesús tuvo que pasar por el dolor y la humillación antes de ser glorificado, también sus seguidores deberán recorrer este camino. Pero la esperanza en el triunfo definitivo será la que nos sostendrá en este valle de lágrimas.
Y para poder soportar la prueba mientras dura nuestra peregrinación en esta tierra, el Señor nos promete la asistencia de su Santo Espíritu. Por esto, de manera especial en esta semana, toda la Iglesia y cada uno de sus miembros debemos prepararnos para recibir esta promesa.
Junto a María
Y la mejor manera de hacerlo es permaneciendo en oración, junto con María, como lo hicieron los apóstoles en el Cenáculo antes de Pentecostés.
María no es una mera figura en la primera comunidad Cristiana y ahora en la Iglesia. Su presencia es necesaria, como lo decía muy bien el Papa Benedicto XVI: “Sin Pentecostés no hay Iglesia y sin María no hay Pentecostés”.
Permanezcamos, pues, muy cerca de María y dejemos que Ella misma prepare nuestras almas para la irrupción de ese Divino Espíritu que viene con su fuerza poderosa para hacernos verdaderos testigos de Cristo, que tanto necesita el mundo actual.