En el Evangelio de este domingo (Lc 13,22-30) vemos a uno que le pregunta al Jesús: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Sin embargo Jesús no responde a esta pregunta que pudo haberse hecho por mera curiosidad o que parece mal formulada, como en este caso. Jesús rectifica la pregunta y nos deja una enseñanza clave para alcanzar la vida eterna: “Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque muchos pretenderán entrar y no podrán”.
Aquí el Señor no dice si serán muchos o pocos, lo cual es una curiosidad inútil que en nada nos incumbe, o una manera de tranquilizar la conciencia evadiendo la propia responsabilidad, porque la salvación es personal. Por el contrario el Señor nos habla con toda verdad y crudeza: Hay que entrar por la puerta estrecha. Es como decir: “Puedes salvarte o condenarte; de ti depende. Pero el camino de la salvación es arduo”. Y hoy muchos dicen que: “todo el mundo se salva”. Lo cual es contrario a la doctrina del Señor. Ni tampoco se salva uno sin propio esfuerzo y trabajo.
Compromiso radical
Todas nuestras fuerzas y reservas nos son necesarias. Debemos emplearlas, pues la salvación es difícil. Exige un compromiso radical y absorbente y eso es muy arduo y costoso para nuestra naturaleza, tan inclinada a lo fácil, a los gustoso y cómodo. El seguimiento de Jesús presupone entrega sin límite: una ruptura radical con el pasado y con lo presente, aun lo más querido.
Dios quiere que todos los hombres se salven, pero no fuerza a nadie. La salvación no depende de las circunstancias ni de privilegios. Con la parábola que narra el Señor a continuación nos muestra que no basta ser cristianos para asegurarnos la salvación, pues también aquellos que “habían comido y bebido con él, fueron rechazados: “No sé quiénes sois”.
Estas palabras acentúan la llamada a la conversión personal y a la responsabilidad. También los judíos se creían posesores seguros de la salvación porque tenían la Ley de Dios y su revelación. Pero Jesús insiste en que en el Reino de Dios no hay privilegios. Sólo la obediencia a Dios y a su palabra nos abre a la salvación. Jesús sólo reconoce y acepta a los que han aceptado ser suyos.
Acoger el plan divino
El ejemplo lo tenemos muy claro en María. Ella fue elegida por un designio particular de Dios, pero su salvación no dependió de esa elección sino de su respuesta a ella. Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la grave responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino sobre la propia vida.
Obedeciendo sin reservas a la voluntad salvífica de Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel, se presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proclama bienaventurados, porque «oyen la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11, 28). Pidámosle a Ella que nos enseñe el camino para poder alcanzar la salvación que Dios nos promete y poder también ser como Ella bienaventurados.