Cada año, el 8 de septiembre, la Iglesia celebra la fiesta de la Natividad de la Virgen María.
La tradición sitúa el nacimiento de la Virgen en Jerusalén. En la Edad Media se edificó una basílica en el lugar que presumiblemente se creyó había sido la casa de Joaquín y Ana, y en recuerdo del nacimiento de María. La concepción de Ana, estéril durante más de veinte años, había sido algo milagroso, fruto de oraciones y de súplicas de los piadosos y afligidos esposos al Señor.
El nacimiento se produjo probablemente unos catorce o dieciséis años antes del nacimiento de Jesús. Hacia el año 736 o 734 de la fundación de Roma.
El nacimiento de la Elegida
El nacimiento de María significó la aparición en el mundo de la Mujer elegida y predestinada desde la eternidad para ser la Madre del Hijo de Dios. Fue la aparición de la Virgen pura, Inmaculada y llena de gracia, en un mundo manchado y dominado por la culpa de Adán. Fue el nacimiento de una Niña, en lo exterior semejante a las demás, pero interior y espiritualmente muy distinta y superior a todas.
El nacimiento de María fue el preludio de la salvación, el pórtico de la gran manifestación del amor salvífico de Dios. Así lo celebra la liturgia y así lo exponen los Papas. Fue la Aurora que anunció la llegada de la luz, que ilumina y santifica.
Eternamente fue concebida en la mente de Dios como Nuestra Señora de la Alborada: «la luz que anuncia la proximidad del Sol a punto de nacer, Cristo. Donde está María, aparecerá pronto Jesús» (San Pablo VI, Marialis cultus).
Comienzo del mundo mejor
San Juan Pablo II nos enseñó: «¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, ha anunciado la alegría a todo el mundo!. Hoy es, pues, el día de este gozo. La Iglesia, el 8 de septiembre, nueve meses después de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Madre del Hijo de Dios, celebra el recuerdo de su nacimiento. El día del nacimiento de la Madre hace dirigir nuestros corazones hacia el Hijo. «De Ti nació el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, que borrando la maldición, nos trajo la bendición, y triunfando de la muerte nos dio la vida eterna.
Así pues, la gran alegría de la Iglesia pasa del Hijo a la Madre. El día de su nacimiento es verdaderamente un preanuncio y el comienzo del mundo mejor, como proclamó de modo estupendo el Papa Pablo VI.
Y por esto, la liturgia de hoy confiesa y anuncia que «el nacimiento de María irradia su luz sobre todas las Iglesias que hay en el orbe». (8 de septiembre, 1979).
El nacimiento de María nos hace presagiar en anticipo el misterio de la Encarnación; porque Ella es «portadora de la luz divina; es la puerta por la que el cielo dará sus pasos hasta la tierra; es la Madre que dará la vida humana al Verbo de Dios; es el adviento de nuestra esperanza». (San Pablo VI, 8 de septiembre, 1964).
Que María nazca en nuestros corazones. De manera silenciosa. Sin clamor de trompetas ni redobles de tambor, sino que en el hondón de nuestro corazón la Niña María se haga presente con obras muy grandes: las obras de la humildad.