En este último domingo del Tiempo Ordinario contemplamos una gran paradoja, Jesús es proclamado Rey desde la cruz. Cristo agonizante manifiesta su realeza sobre la muerte y el pecado.
Por eso, consciente de ese dominio y poder es por lo que a un hombre agonizante como Él, a un hombre que es considerado como un gran malhechor y que está recibiendo el suplicio en pago justo por lo que ha hecho, Jesús le dice con aplomo: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Jesús es buena noticia
Así es como reina Cristo. Ejerce su soberanía salvando. Basta una súplica humilde y confiada para que desencadene todo su poder salvador. Por eso Jesús todo Él es buena noticia. Con Jesús la vida no es más una pesadilla o un callejón sin salida, como en el que se encontraba este ladrón y como en el que quizá podemos encontrarnos nosotros a veces. Con Jesús la vida tiene ya sentido.
El día en que te decidas a entregarte a Jesús comienza, para ti una nueva etapa; es para ti el año cero; comienza a contarse para ti una vida diferente. Dimas, como según la tradición se llamaba este buen ladrón, decidió en el último momento entregarse a ese Cristo que reinaba desde la cruz y a partir de ahí, su vida negra, oscura, dolorosa, se tornó pura luz, pura esperanza, puro amor. Ya su cruz no era un suplicio horrendo y terrible. Era la escalera que le estaba ayudando a llegar al Paraíso.
El Rey crucificado
En Cristo Rey todo nuestro dolor y sufrimiento tiene sentido y valor. Todos nuestros males han sido superados. La muerte y el pecado han quedado destruidos. Pero para apropiarme de esos dones ofrecidos por Él, es necesario abrirme con fe y confianza a esa misericordia que me ofrece y es necesario también aceptar con amor esa escalera dolorosa que me presenta para poder subir hasta Él.
Mirando a este Rey crucificado entendemos que también nuestra muerte es vida y nuestra humillación victoria. Entendemos que el sufrimiento por amor es fecundo, es fuente de una vida que brota para la vida eterna.
María, Reina junto al Rey
Y junto a Cristo Rey contemplamos a María como Reina. También Ella, al igual que su Hijo, ejerce una realeza de victoria sobre el mal y de misericordia sobre todos sus hijos.
María tiene el poder y la capacidad de librarnos de la esclavitud del pecado y del dominio de Satanás y tiene también el poder de alcanzarnos por su intercesión y sus ruegos el perdón y la misericordia de Dios.
Cuando nos sintamos aplastados bajo el peso de la cruz, de nuestros pecados o de cualquier dolor, no debemos más que acudir a Ella para ejerza sobre nosotros su poder salvador y santificador.