El Evangelio de este gran día está marcado por ese estallido de júbilo:«Os anuncio una gran alegría: os ha nacido el Salvador» (Cf. Lc, 2,10). Un año más la Iglesia acoge con gozo esa “buena noticia” de labios de los ángeles, se deja sorprender y entusiasmar por ella y, de ese modo, se capacita para ser ella misma mensajera de esa gran alegría para todos los hombres.
La Natividad del Señor no es un mero recuerdo histórico; sino como la actualización, en el misterio, de la salvación que Cristo inauguró con su Encarnación. Tal actualización comporta un encuentro personal con Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Hoy nosotros estamos llamados a dejarnos también inundar de esa alegría anunciada por los ángeles, porque “Nos ha nacido un Salvador”. Un Salvador que viene a liberarnos de la esclavitud del pecado, de la esclavitud de nuestros vicios, pasiones, malas tendencias. También de la esclavitud de nuestros miedos, tristezas, taras, rencores y todo aquello que nos impide disfrutar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
La alegría verdadera
Pero esa alegría solo es posible recibirla en Jesús. No la vamos a encontrar en el bullicio de las fiestas navideñas, en los escaparates alumbrados, en las exquisiteces de los manjares propios de esta época, en los regalos, en las diversiones…Cosas todas que causan un rato de placer, pero que se esfuman pronto y no llegan a saciar el corazón.
La alegría verdadera y el gozo pleno lo encontraremos en “ese Niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre”. En el divino Redentor, contemplado en la pobreza de la cueva de Belén, se puede descubrir una invitación a acercarse con confianza a Aquel que es la esperanza de la humanidad.
En esta Navidad Dios nos invita de nuevo a darle cabida en nuestro corazón y a dejarle obrar libremente en nuestras vidas. Ya hemos probado muchas cosas buscando saciar nuestra sed… Probemos ahora beber en la fuente de agua viva, que es Cristo.
Madre del Encuentro con Dios
Sin olvidar que nadie mejor que María, su Madre, nos puede conducir hasta Él.
Ella es el lugar del encuentro de Dios con los hombres y de los hombres con Dios. Así lo percibieron todos los santos y por eso la honraron, la imitaron y se consagraron a Ella.
María es esencial en la vida del cristiano. Que Ella nos enseñe a creer, a esperar y a amar con su misma fe, esperanza y caridad.
Agradezcámosle el don de ese Niño amable y tierno que hoy nos ofrece y pidámosle con cariño: ¡Muéstranos que eres siempre Madre, llévanos a Jesús!