En este domingo con el que comenzamos el tiempo ordinario, la iglesia celebra el Bautismo del Señor. Jesús bajó al Jordán para ser bautizado por Juan, pero éste trataba de impedírselo. Por una parte, Juan se siente indigno y, por otra, intenta evitar que el Hijo de Dios pase a los ojos de los hombres como un pecador. Sin embargo, los criterios de los hombres muchas veces no coinciden con los de Dios.
Si Juan se lo hubiera impedido nos habríamos quedado sin esta grandiosa revelación que el Evangelio de hoy nos ofrece acerca de la Santísima Trinidad. No se habrían abierto los cielos y en definitiva habría impedido a Jesús manifestarse como Hijo del Padre y Ungido por el Espíritu Santo.
Un programa de vida
Del mismo modo, también nosotros ¡cuántas veces entorpecemos los planes de Dios porque no se ajustan a nuestras ideas! Olvidamos que los pensamientos de Dios no coinciden con los nuestros y que sus planes superan infinitamente los nuestros (Is 55, 89).
Deberíamos al menos tener la humildad de Juan para ceder a los deseos de Cristo aunque no los entendamos, pues ellos le llevan a manifestar su gloria, mientras los nuestros la oscurecen. Hagamos caso a la palabra de Dios: «Confía en el Señor con toda el alma y no te fíes de tu propia inteligencia» (Prov 3,5).
Luego Jesús contesta a Juan con estas palabras: «Conviene que cumplamos todo lo que Dios quiere». Ellas constituyen un programa de vida para el Hijo de Dios. Toda su vida va a estar marcada por esta decisión de «cumplir», de llevar hasta el final, lo que es Voluntad del Padre. Así comienza su vida pública junto al Jordán y así terminará en Getsemaní.
Lo mismo para nosotros, nuestra realidad de hijos de Dios debe transparentarse en esta adhesión incondicional a la Voluntad de Dios. No como una carga que uno arrastra pesadamente, con resignación, sino como la expresión infinitamente amorosa de lo que Dios quiera para nuestro bien, aunque muchas veces no entendamos, se nos haga difícil o cuesta arriba.
Hágase en mí
También hoy María, junto a su Hijo, renovaría en su corazón aquellas palabras que pronunció en la Anunciación: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Ellas manifiestan en María una obediencia total a la Voluntad de Dios. María, acogiendo plenamente la Voluntad divina, anticipa y hace suya la actitud de Cristo como nos dice la carta a los Hebreos: «¡He aquí que vengo, a hacer, oh Dios, tu Voluntad!» (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9).
Pidamos a Nuestra Madre que nos enseñe a hacer siempre lo que Dios quiere de nosotros. Solo en el perfecto cumplimiento del querer de Dios encontraremos la felicidad plena, la santidad personal y permitiremos que Dios pueda obrar en nosotros y a través de nosotros grandes cosas, como lo hizo en María.