«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz» (Is. 9,2). Cuál es esa luz que haría brillar el Mesías en aquellas regiones, lo explica a continuación el evangelista cuando dice: Entonces comenzó Jesús a predicar la Buena Nueva, la luz del mundo y a decir: «Conviértanse, porque el Reino de cielos ha llegado».
Esa luz que es Cristo ha llegado ya a muchos corazones, y sin embargo, al mismo tiempo, permanece en la oscuridad. A veces, incluso parece que se hace más intensa. Después de veintiún siglos de cristianismo el mundo nos da la impresión de vegetar espiritualmente. Cuántos cristianos viven en la ignorancia o en la indiferencia a la doctrina de Cristo, cuántos que intentan compaginar el servicio a Dios con el servicio al mundo, cuántos que desean alcanzar el paraíso en este mundo, cuántos que huyen de la cruz de Cristo.
Hijos de la Luz
Sin embargo, vemos que Jesús comenzó a evangelizar las regiones por donde había empezado la defección de Israel. Con esto nos muestra su misericordia y su sabiduría, llevando el remedio donde era más grave el mal, sirviéndose de una ciudad populosa, pero descreída y preocupada sólo de los negocios humanos, para que de allí irradiara la predicación del reino de Dios. Con ello quiso significar que los que más necesitan de medicina son los enfermos, no los sanos.
Nunca debemos desesperar por más que veamos que el mal avanza a pasos agigantados y parece engullir la luz. Todas esas tinieblas serán disipadas por “la gran Luz” del Mesías. No desconfiemos jamás de su eficacia para llegar al fondo de los espíritus más entenebrecidos, por la infidelidad, la herejía, la ignorancia, la indiferencia, el pecado; y hagámonos siempre hijos de esta luz y colaboradores de su acción iluminativa, por nuestra vida, nuestra predicación y nuestras obras.
Conversión
Para ello debemos acoger la invitación que el Señor nos hace a la conversión. Una conversión profunda, verdadera. Tomémonos en serio nuestro trabajo de santificación y ayudemos de esa manera a expandir la luz de Cristo a todas las almas, pues también nosotros estamos llamados a ser pescadores de hombres. La salvación de muchas almas depende de nuestra entrega y fidelidad a Cristo.
Esa conversión implica un cambio de conducta en nuestra vida: dejando malos hábitos que nos llevan a ofenderle, rectificando las intenciones e inclinaciones torcidas; concibiendo deseos de vivir y obrar bien y dolor de haber obrado mal.
El Reinado de Cristo y de María
Debemos hacer lo posible porque el Reinado de Cristo y el Reinado de María se apresuren sobre la humanidad.
Y así como Cristo quiso venir la primera vez por medio de María, también ahora, su segunda venida y su triunfo definitivo será por medio de Ella.
Por eso debemos intensificar nuestra devoción a la Virgen y hacer que su amor prenda en todos los corazones para vivir siempre con la firme esperanza en su promesa: «Al fin, mi Inmaculado Corazón triunfará».