En este Primer Domingo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a lanzarnos con ardor a la batalla decisiva contra el pecado, que debe abrirnos el camino para la resurrección pascual. El modelo de esta lucha es Jesús, que, aunque exento de la concupiscencia, quiso someterse por nuestro bien a las tentaciones del demonio, para «compadecerse de nuestras flaquezas» (Heb, 4, 15).
Muchas veces el cristiano en su caminar se siente acosado por la prueba y la tentación. Es entonces cuando meditando en el ejemplo del Maestro se sabe comprendido porque, antes que nosotros, también Él quiso pasar la prueba y la tentación y de una manera más intensa.
Esto nos recuerda que, no es malo el sentirse tentado, inclinado al mal, lleno de pensamientos o deseos malos que nos hacen sentirnos a veces sucios o pecadores. No.
Vencer con Cristo
El mal no está en experimentar todas esas cosas que están fuera de nosotros. El mal está cuando le abrimos la puerta a esa insidia diabólica y consentimos voluntariamente a con ella. Es entonces cuando se produce el pecado. Mientras el alma lucha con la tentación, se está fortaleciendo, y peleando por resistir, le demuestra a Dios el amor que le tiene y los deseos que conserva de serle fiel.
Por otro lado consideremos que, si Cristo venció, también nosotros vencimos con Él. Por tanto, desde ya, contamos con su gracia para no sucumbir y salir airosos de cualquier prueba, con tal que recurramos a Él con humildad y confianza y usemos las armas que Él mismo nos dio para vencer: oración, mortificación, lectura de la Palabra, humildad, docilidad.
Jesús quiso ser tentado antes de comenzar su vida pública con la predicación y los milagros, como para indicar que toda su vida va a ser un combate contra el mal y contra Satanás. Va «empujado por el Espíritu» a buscar a Satanás en su propio terreno para vencerle.
Asimismo, la vida del cristiano no tiene nada de lánguida, anodina y superficial; tiene toda la seriedad de una lucha contra las fuerzas del mal, para la cual ha recibido armas más que suficientes (Ef 6,10-20).
La Mujer le aplasta la cabeza
Pocas veces meditamos que si Jesús hubo de ser tentado, también era necesario que María, su Madre y Copartícipe en la obra de la Redención pasara también por la prueba. Ella, al igual que Jesús, escuchó la voz del enemigo que la invitaba a “bajarse de la cruz”, a llevar una vida al margen del querer de Dios, a buscar otra senda.
Pero también Ella, al igual que su Hijo, venció definitivamente aplastando la cabeza a la serpiente y poniendo a Dios en el centro de su vida. Por eso también María nos comprende cuando somos tentados al mal, comprende nuestro dolor, nuestra lucha y nos acompaña en la batalla.
Ante cualquier ataque, no debemos hacer otra cosa que recurrir a Ella para que venga en nuestra ayuda. Donde está María, no está el demonio. Y el enemigo no puede nada contra un alma confiada a su protección maternal.