Este domingo el Señor nos revela cuál es el mandamiento mayor: El amor. Amar a Dios con todo el ser, y al prójimo como a uno mismo. No sólo es el más importante, sino el que está en la base de todo lo demás. El que lo cumple, también cumple el resto, pues todo brota del amor a Dios y del amor al prójimo como de su fuente (Rom 13,8-10). Pero el que no lo vive, no ha hecho nada, aunque sea perfectamente cumplidor de los detalles, como les sucedía a los fariseos, «sepulcros blanqueados».
El amor a Dios está marcado por la totalidad. Siendo Dios el Único y el Absoluto, no se le puede amar más que con todo el ser. El hombre entero, con todas sus capacidades, con todo su tiempo, con todos sus bienes debe emplearse en este amor a Dios.
No se trata de darle a Dios algo de lo nuestro de vez en cuando. Como todo es suyo, hay que darle todo y siempre. Pero ¡atención! El amor a Dios no es un simple sentimiento: «En esto consiste el amor a Dios, en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5,3). Amar a Dios es hacer su voluntad en cada instante.
Él nos ha amado primero
Amar es ser fiel, leal. Es lo que Dios exige del hombre. Pero a la vez me ofrece Él mismo esa fidelidad, esa exclusividad, esa entrega absoluta a mí. Dios se me da todo entero, me ama con amor eterno, es un Dios siempre dispuesto a perdonarme, a darme nuevas oportunidades.
Un Dios rico en misericordia, tardo para la cólera, es veraz, no me va a engañar nunca, por eso lo que me promete lo cumple.
Dios da confianza. Pone en el alma un sentimiento de seguridad, hace vivir confiado. Dios es Aquel en quien me puedo abandonar sin miedos ni reservas. En Él mi confianza es firme, está sólidamente fundamentada. Esta confianza es imprescindible al hombre. Por eso el mismo Dios nos anima y nos estimula siempre a crecer en Ella.
Si Dios nos pide que le amemos con todo el corazón es porque Él nos ha amado así primero. Dios se entrega al hombre con donación ilimitada. Sólo espera para ello que el hombre viva la justicia de devolver amor por amor.
Con el amor de Dios
Quien más perfectamente ha vivido esa respuesta al amor de Dios ha sido María. Por eso la mirada de María es la mirada de Dios dirigida a cada uno de nosotros. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice.
La Madre nos mira como Dios la miró a Ella, insignificante a los ojos del mundo, pero elegida y preciosa para Dios.
En Ella podemos depositar todas nuestras miserias, dudas, dificultades, dolores.
María nos ama con el amor de Dios y quiere llevarnos a ese amor.
Sumerjámonos en María, acudamos al manantial de dulzura de Su Corazón inmaculado para que el fuego de su Corazón nos inflame en amor a Dios.