“Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel” (que significa «Dios con nosotros»).
Esto es la Navidad: “Dios con nosotros”. El Niño de Belén es verdaderamente el Hijo de Dios. Dios no es soledad eterna, sino un círculo de amor en el recíproco entregarse y volverse a entregar. Dios se ha hecho uno de nosotros para que podamos estar con Él, para que podamos llegar a ser semejantes a Él. Ha elegido como signo suyo al Niño en el pesebre. De este modo aprendemos a conocerlo.
El eterno hoy de Dios ha descendido al hoy efímero del mundo. Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso para que podamos amarlo. Dios es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, se nos comunique y continúe actuando a través de nosotros.
La gran Luz
Y en ese Niño el mundo contempla la Luz. Luz que significa verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Así, la luz nos hace vivir, nos indica el camino. Pero además, en cuanto da calor, la luz significa también amor. Donde hay amor, surge una luz en el mundo; donde hay odio, el mundo queda en la oscuridad.
Por eso en el establo de Belén aparece la gran luz que el mundo espera. Vivimos en unos tiempos de tremenda confusión en múltiples aspectos: a nivel social, eclesial, ideológico…
¿Cómo acertar con la verdad plena y tener la seguridad de no andar en la mentira? La respuesta se nos presenta hoy en brazos de María: Jesús. Una vez más la Madre nos indica el camino: “Haced lo que Él os diga”. Es como si hoy nos dijera: Síganlo a Él. No se dejen engañar por el brillo fatuo del mundo, no se dejen confundir por voces extrañas que quieren cambiar sus enseñanzas y su doctrina, hagan su Voluntad y encontrarán el camino.
En brazos de María
De nuevo la liturgia nos permite contemplar esa luz de Belén que nunca se ha apagado. Por eso nuestra esperanza no debe decaer. Ante tanto dolor y sufrimiento que nos rodea y que nosotros mismos experimentamos a diario por múltiples situaciones, Dios sigue estando con nosotros y nos ofrece su amor, su paz, su perdón, su misericordia infinita.
No debemos tener miedo. Jesús se nos presenta Niño, para que no temamos. Y se nos presenta en brazos de María para que también nosotros, podamos refugiarnos en ese regazo materno que es capaz de dulcificar todas las amarguras de la vida y de acoger y custodiar a quienes se refugian en Él.
Que esta Navidad nos sumerjamos de una manera más profunda en ese misterio de amor que vence todo mal, no sólo el mal que nos rodea sino también el que llevamos dentro. Jesús viene hoy, de nuevo a nosotros, para decirnos que Él ha vencido y que es más fuerte que todo.