Hoy es el domingo del Buen Pastor. Este domingo tiene que llenar de manera especial nuestro corazón de confianza. ¿Por qué? Porque Jesús es el buen Pastor que da la vida por sus ovejas. La contemplación de Jesús que entrega su vida para salvarnos, nos muestra de manera contundente el amor increíble y desconcertante de Dios por cada uno de nosotros.
Contemplar la entrega de Cristo infunde la seguridad de saberse amado. Desde este saberse amado por Dios, toda vida, todo acontecimiento, por más estremecedor que pueda parecer, cobra sentido en ese amor de Dios que busca a cada persona para concederle esa vida en abundancia que nunca se acaba que es la vida eterna.
Sólo el saberse amado, con un amor que no declina, que no se cansa, que no defrauda, que no traiciona, es lo que puede sostener nuestra vida, a veces tan dura y tan pesada. Cuando consideramos las veces que le hemos fallado al Señor con nuestros pecados, infidelidades e ingratitudes, se insinúa la tentación de que Dios ya no nos puede querer igual, que ya no puede ser el mismo con nosotros, que nos tiene que pagar según merecen nuestras culpas, y un viento gélido arrasa nuestra alma como queriendo matar en nosotros toda esperanza. Y no nos damos cuenta que esas insinuaciones provienen del enemigo, padre de la mentira, que sólo busca nuestro mal. Esas ideas no son más que falsedades para hacernos dudar del amor de Dios y alejarnos de Él.
Miremos al Buen Pastor
No hagamos caso a esas voces mentirosas. Miremos al Buen Pastor que ha dado su vida, y que la sigue entregando cada día en la Eucaristía. Miremos a ese Buen Pastor con su corazón traspasado de amor nos dice con el lenguaje más elocuente: “No temáis. Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio. Venid, pues, retornad, y comprobaréis que soy un padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad como paga de las muchas heridas».
Que este domingo se redoble nuestra esperanza, rompamos esos muros que nos ahogan y asfixian, sacudamos ese peso que nos aplasta, y dejemos que ese amor incondicional de Dios nos resucite de nuestros miedos, temores, desesperaciones, depresiones. Sólo el amor transforma la muerte en vida. Dejemos que esta fecunda realidad empape nuestro corazón. Dios me ama, y me ama tal como soy.
Que Dios es rico en misericordia no significa que nuestros pecados no tengan importancia. Significa que su amor es tan potente que es capaz de rehacer lo destruido, de crear de nuevo lo que estaba muerto.
Abrirse al amor
Sólo el saberse amado da ánimos para arrepentirse, para cambiar de vida y abandonarse confiadamente a su amor y a su providencia. Si me abro a su amor veré cómo ese amor me irá transformando.
Y aunque las circunstancias que me rodean sigan igual, mi corazón ya no es el mismo. El amor de Dios da sentido a mi vida. Apoyado en su misericordia puedo empezar de nuevo.
María, la Madre del Amor hermoso, nos enseña que el amor es más fuerte que el pecado y que la muerte, nos asegura que mi vida tiene remedio, que puedo tener esperanza, en cualquier situación en que me encuentre, porque la esperanza no defrauda.