“Y se maravilló de su falta de fe”. Con estas palabras resume el evangelista san Marcos el dramático episodio de este domingo, que contrasta enormemente con los domingos anteriores en los que vemos a Jesús obrando maravillosos milagros por la fe de sus oyentes.
Hoy, por el contrario, Jesús es claramente rechazado, y precisamente por sus parientes y compaisanos. La falta de fe de quien se queda a ras de tierra, impide reconocer y aceptar los signos más evidentes.
Se escandalizaban de Él
Nos dice el Evangelio que “muchos de los que le oían se quedaban maravillados”. Y esta sorpresa de los oyentes se expresa en cinco preguntas, donde no llaman a Jesús por su nombre, sino con un despectivo “Éste”. Las dos primeras preguntas insinúan la duda de que Él sea un maestro y el origen de su enseñanza: “¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?”. Como si cuestionaran: ¿esa sabiduría viene del cielo, de los hombres o de Satanás?
La tercera se refiere a los prodigios realizados: “¿Y esos milagros hechos por sus manos?”. Y las dos últimas cuestionan su origen y calidad: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?”.
En respuesta a esto Jesús cita un conocido proverbio: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Jesús es rechazado por su pueblo y los suyos. Y ante esta actitud de cerrazón, el Señor se ve incapacitado para obrar entre ellos los signos de salvación.
El Reino de Dios no está destinado a un círculo familiar ni a unos privilegiados, sino que es para todo el mundo, pero requiere la condición indispensable de la fe. Una fe que es apertura a Dios, a su Palabra, a sus enseñanzas, a sus mandatos. Una fe que acepta a Jesús como Dios y salvador y se abre a su acción misericordiosa. Una fe que cree apoyada, no en la evidencia de lo que ve, conoce o palpa, sino sólo en la palabra de Dios y que espera contra toda esperanza.
Eso requiere un corazón humilde. Podríamos pensar que era la condición que les faltaba a los compaisanos de Jesús. No podían aceptar que uno salido de entre ellos fuera mejor que ellos, fuera diferente de ellos. Muchas veces el origen del rechazo de Dios es la soberbia, la autosuficiencia, el orgullo, como le sucedió al demonio cuando decidió apartarse de Dios: “No serviré”.
Feliz por haber creído
Por el contrario, María se nos presenta en el Evangelio como la feliz por haber creído, la digna de ser alabada a causa de su fe.
La humildad de María, el reconocer su papel de “Esclava del Señor”, la llevó a esa apertura a la Palabra de Dios. Por eso Dios pudo hacer en Ella obras grandes.
Si Dios no hace maravillas en nuestra vida o en nuestro mundo, no es porque su poder se haya agotado, sino porque no encuentra en nosotros esa fe necesaria para intervenir. Se la pedimos hoy a la Virgen María.