En el Evangelio de este domingo (Jn 6, 24-35) comienza el gran discurso de Jesús sobre el Pan de Vida. Jesús ha dado de comer en abundancia a la multitud que lo seguía en busca de prodigios. Es precisamente esto lo que ha retenido a la gente, no el milagro como indicativo de quién era el que estaba detrás del milagro. La gente no capta más que el hecho de haber quedado saciados. Y detrás del pan hay Alguien muy superior al simple hecho de comer.
Cuántas veces se repite esta escena en la vida del hombre. También nosotros nos quedamos, con demasiada frecuencia en el alimento material. Pero Jesús quiere elevar nuestras mentes hacia algo más profundo y significativo, nos invita a reflexionar. Dios nos ofrece otro alimento. El pan que el Padre nos da es su propio Hijo hecho Eucaristía, un pan bajado del cielo, pues Jesús es Dios como el Padre; un pan que perdura y comunica vida eterna, es decir, vida divina; un pan que es la carne de Jesucristo.
Vida Divina
Y precisamente porque es divino es el único alimento capaz de saciarnos plenamente. Al fin y al cabo, las necesidades del cuerpo son pocas y las podemos atender fácilmente. Pero el hambre que experimenta el hombre es mucho más profunda. Es hambre de eternidad, hambre de santidad, hambre de verdad, hambre de justicia, hambre de Dios. Y esta hambre sólo la Eucaristía puede saciarla. Cristo está realmente presente en Ella para darnos vida, de modo que nunca más sintamos hambre o sed.
Sentarse a la mesa eucarística es ponerse en unión especialmente íntima con Dios. Como la comida da vida, la comida eucarística da vida divina. En la comida eucarística se me otorga el don divino que es Dios. Comer el pan eucarístico y beber el vino eucarístico es hacerse partícipe de todos los bienes que encierra Jesús.
La Cena Eucarística de Jesús en una comida en común y una comida en común, en la concepción hebrea, hace a los participantes una sola cosa, hace de ellos un uno. El sentar a la mesa para el oriental era señal de don: de perdón, de amistad, de fraternidad, era garantía de paz.
Por medio de María
A la luz de este Evangelio podemos examinar cómo es nuestra relación con Cristo en la Eucaristía. Si realmente sentimos hambre de Él; si lo buscamos por los favores que nos hace o porque realmente nos sentimos necesitados de Dios.
Sólo en la unión con Cristo podremos saciar esa hambre que llevamos en lo más profundo de nuestro ser. Y no hay mejor manera que acercarnos a Él por medio de la Virgen María.
De su Purísimo e Inmaculado Corazón brotó la sangre preciosísima de la que se formó el cuerpo y hasta el mismo Corazón Sagrado de Cristo.
De allí tomó el Señor aquella Sangre que había de ofrecer en la cruz por la salvación de la humanidad. Y que a lo largo de los siglos sigue ofreciéndose en la Santísima Eucaristía.