La misión del Bautista era la de ser precursor del Señor. Toda su vida fue un anunciar al Mesías, llevar las almas a Jesús. Hoy lo contemplamos en el postrer momento de su existencia, mientras estaba en la cárcel, cumpliendo por última vez su misión. Por eso envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir?”. Y Jesús les contesta realizando unos prodigios que sólo podían ser obrados por el poder de Dios.
En este Adviento también nosotros estamos llamados a ser “anunciadores” de Cristo. Debemos llevar las almas a Dios: con nuestras palabras, nuestras obras y sobre todo, con nuestro testimonio cristiano. Que todo el que nos mire pueda ver en nosotros un reflejo de la misericordia y de la bondad del Padre. Jesús responde a los discípulos de Juan no con palabras sino con hechos: “los ciegos ven, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt. 11, 5).
La misión del cristiano
¿Son mis obras testimonio que de que el Reino de Dios ha llegado a mi vida? ¿Soy capaz de hacer que las personas que entran en contacto conmigo reciban una imagen de Dios?
Siguiendo el ejemplo de Juan, también nosotros: Maestros, predicadores, catequistas, formadores, padres de familia o simples laicos, estamos llamados a guiar a aquellas almas que nos han sido confiadas. Es necesario darles la verdadera doctrina y las pruebas que demuestren la veracidad de la enseñanza de Cristo.
Pero lo más importante es poner a esas almas en contacto con el Maestro. Sólo Dios tiene el poder de iluminar las mentes y cambiar los corazones. Por eso, dentro de las enseñanzas o métodos que nosotros podamos usar para ayudar a las almas, si prescindimos de llevarlas a un encuentro personal con Cristo, habremos fracasado. La misión del cristiano no es ser protagonista sino signo e indicador del camino. El protagonista es Cristo y Él es la meta de todo ser humano.
Camino privilegiado hacia Cristo
Perfecta Discípula y Anunciadora de Cristo fue María. Como decía bellamente San Juan Pablo II: “La Virgen santísima está totalmente referida a Cristo, fundamento de la fe y de la experiencia eclesial, y a Él conduce.
Por eso, obedeciendo a Jesús, que reservó a su Madre un papel completamente especial en la economía de la salvación, los cristianos han venerado, amado y orado a María de manera particularísima e intensa. Le han atribuido una posición de relieve en la fe y en la piedad, reconociéndola como Camino privilegiado hacia Cristo, mediador supremo”.
La verdadera devoción a María siempre termina en Jesús.
También en nuestra vida, todo el que entre en contacto con nosotros, debe encontrarse con Jesús, el Emmanuel, el Dios con nosotros.