La Transfiguración del Señor es el contraste con la cruz, lo contrario a las sombras del Calvario. Los apóstoles quedaron extasiados ante la visión resplandeciente del Tabor, anticipo de lo que contemplaremos en el Cielo, y con la que Jesús quiso prepararlos para cuando llegara el momento de la prueba. Ese feliz momento, aunque fugaz, en el cual el alma de los apóstoles quedó dentro de la presencia de Dios, sintieron a Dios presente, es lo que el Señor nos quiere conceder con la oración.
Vive, pues, hacia adentro. Allí está, en lo profundo de tu alma, tu Dios. En la oración aprenderás a vivir en Dios, con Dios y para Dios, vivir su luz y su amor.
Qué es la oración
La oración es conversación familiar con Dios, es anhelo de Dios, de su intervención en ayuda de nuestra deficiencia, de que venga ya a hacer misericordia. La oración es la escuela de la vida cristiana, la escuela del amor. Toda mi renovación, toda mi tónica espiritual, toda posibilidad de superación de dificultades y crisis, toda capacidad y toda decisión y toda fuerza en el servir nace, crece y fructifica en la oración.
Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «estar con quien sabemos nos ama». Y añadía que en la
oración no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho.
Dice Jesús en su Evangelio: “Conviene siempre orar y nunca desfallecer” (Lc.18, 1). En la oración hallaremos remedio para todas nuestras impotencias y para conservarnos en la virtud. Con la vida de oración se remedia todo. Ese cultivar nuestra amistad con Dios es lo que nos va a ayudar a sobrellevar las cruces y dificultades de la vida y perseverar en nuestra fe.
Cristo pasaba las noches haciendo oración, concentrado en su Padre, y luego, durante el día, se pasaba haciendo el bien.
Cómo hacer oración
Para orar se requiere recogimiento, silencio. Ponernos en presencia de Dios, invocar a Nuestra Señora, a San José -Maestros de oración- para que nos ayuden a hacerla bien.
No podemos decir que para orar no tenemos tiempo. Así como disponemos de tiempo para conversar con los que amamos, debemos separar un tiempo en exclusiva, al día, para conversar con Dios, a quien tenemos obligación de amar -Primer Mandamiento- sobre todas las cosas. Para eso tendremos que posponer o dejar otras actividades menos importantes, quizás alguna diversión o entretenimiento, el uso inmoderado de internet o el tiempo que empleamos en conversaciones inútiles. A veces requerirá sacrificar hacer algo que nos gusta, pero que no es imprescindible para vivir.
El lugar ideal es en un templo o capilla junto al Santísimo Sacramento, pero si no nos es posible, como dice el Señor: «cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto…» (Mt. 6, 60).
Orar es ponerse ante Dios como un niño que se abandona confiado en su Padre del cielo. La oración del cristiano es filial, es serena, es confiada, es confidente: su interlocutor, su Otro al que se dirige, es un Padre, mejor, el Padre. Dijo Jesús: “Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro”. En el magisterio de Jesús el Padre Nuestro es “breviario de todo el Evangelio”. El Padre nuestro es Institución divina. Rézalo a menudo.
La oración es un don del Espíritu Santo, que debemos pedirle. Y para cada persona la mejor manera de hacer oración es aquella que más le ayuda a encontrar a Dios. Sin embargo, es aconsejable ir a ella con algún libro para centrar la imaginación: La Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, la Imitación de Cristo, meditaciones sobre la Virgen, Vidas de Santos.
Un método bueno para orar es alternar lectura y meditación. El contenido de las verdades de la fe conocidas en la lectura y digeridas en la meditación producen un impacto y primero me impresiono, me conmuevo, me emociono y después produce en mí amor, que es confianza, humildad, reverencia, arrepentimiento, deseos. Al final de la oración, es conveniente sacar algún propósito concreto para mejorar en nuestra vida cristiana.
Si hacemos bien la oración habrá en nosotros un cambio: donde había soberbia y dureza, empieza a haber humildad y blandura; donde había irascibilidad empieza a haber mansedumbre; donde había desprecio a los demás y murmuración, empieza a haber aprecio, admiración, discreción; donde había rebeldía empieza a haber sumisión; donde había división empieza a haber unión; donde había dolor empieza a haber gozo y donde había “sólo yo” empieza a haber “sólo Dios”. Dios llenará todos nuestros vacíos; será el sentido de toda nuestra vida.
Hay un modo de oración llamada vocal: como el rezo del Rosario, el ejercicio del Santo Vía Crucis, la Liturgia de las Horas, que también se puede realizar con meditación. La oración por excelencia es el Santo Sacrificio de la Misa, porque es la renovación del Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo que se ofrece por nosotros.
La oración siempre triunfa
Decía Sor Lucía de Fátima que «la mayor parte de la humanidad es víctima de la ignorancia, busca la felicidad donde no la puede encontrar y se hunde cada vez más en la desgracia y en la miseria. ¡Lancemos una mirada sobre el mundo! ¿Qué vemos? ¿Cuál es el cuadro que se presenta ante nuestros ojos? Guerras, odios, ambiciones, raptos, robos, venganzas, fraudes, homicidios, inmoralidades, etc. Y, en castigo de tantos pecados: catástrofes, enfermedades, desastres, hambre y toda especie de dolor y sufrimiento, sobre cuyo peso la humanidad gime y llora… Todo esto nos muestra la gran necesidad que tenemos de hacer oración, de aproximamos a Dios por la oración. Y por la oración se obtiene el perdón de los propios pecados, la fuerza y la gracia para resistir las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne. Por eso, Jesús recomendó a sus apóstoles: «Velad y orad para no caer en tentación: pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt. 26, 41)».
Habrá momentos de aridez en nuestra oración personal pero, es precisamente ahí donde demostraremos al Señor nuestra fidelidad. Nunca dejemos la oración por la aridez o sequedad que encontremos en ella. Aunque haya momentos en que veamos revolverse todo a nuestro alrededor, y nos sintamos en turbación insoportable, o sucesos humanamente incomprensibles tambaleen nuestra fe, nada temamos: sigamos imperturbables en la oración y Dios, aunque no lo sintamos ni nos demos cuenta, seguirá siendo nuestro refugio inexpugnable.
No olvidemos que la oración siempre triunfa, siempre tiene respuesta: para la oración de Jacob, “no te suelto si no me bendices”, hubo sólo una simple e inmediata respuesta de Dios: “y le bendijo allí mismo”.
Propósito de la semana: Con la ayuda de Nuestra Señora dedicar cada día un tiempo en exclusiva a hacer oración.