El Evangelio de este domingo (Mc 1, 29-39) nos hace encontrar con Jesús como verdadero médico que se acerca a nosotros para tocarnos en los puntos más heridos, más enfermos y traernos su curación, que es siempre salvación.
En la curación de la suegra de Pedro podemos ver reflejado en la fiebre un símbolo del pecado, pues al igual que la fiebre es como un fuego que se enciende dentro de nuestros cuerpos y nos debilita y consume, así el pecado debilita nuestra vida espiritual y nos hace incapaces de cumplir el bien alejándonos cada vez más de la fuente de la gracia.
Por eso la salvación que Jesús ofrece al hombre no es posible si no reconocemos en nosotros el mal que nos aparta de Él y recibimos en el sacramento de la confesión el don de su perdón.
El amor de Dios
Muchas veces los males que nos aquejan y entristecen, nacen precisamente del pecado que habita en nuestras almas, que nos va consumiendo poco a poco y nos mantiene en la oscuridad. Buscamos remedio a nuestros dolores, problemas, angustias en tantos medios humanos sin atrevernos a recurrir al único capaz de dárnoslo.
Es hermoso contemplar en este pasaje cómo el Corazón misericordioso del Señor se conmueve ante el dolor de sus hijos. El amor de Dios es tan grande es que capaz de seguir llevando la historia del hombre hacia adelante, con esperanza. Esa historia concreta de cada ser humano que hoy se nos presenta tan rota, tan llena de desequilibrios, dolores, enfermedades, conflictos, pasiones, pecados y muerte. Todo esto es capaz de sanarlo en raíz y ponerlo en ruta de vida ese nido y receptáculo del poder, sabiduría y amor infinito que simboliza y es el Corazón de Jesús.
Sin embargo, un gran error de nuestra época y de ideologías contrarias a la verdad del Evangelio es pretender obtener la salvación sin arrepentimiento, como si Dios pudiera salvarnos sin necesidad de nosotros convertirnos. Hoy vemos que los enfermos pudieron obtener su curación porque se sabían necesitados de remedio y porque acudieron a quien podía dárselo. No es misericordia dejar al pecador en el error y decirle que todo está bien. Eso es crueldad. El que ama de verdad lleva a la luz al que vive en las tinieblas para permitir que el reinado de Cristo se instaure en su alma.
El amor de María
Y al igual que el de Jesús, caracterizan el reinado de María el amor y la misericordia. María ejerce su reinado ante Dios suplicando y mandando en bien de sus hijos.
Así lo hizo en Caná: “Hijo, no tienen vino….” Por eso se dice de María en la Iglesia que ‘Ella sola ha destruido todas las herejías del universo’. Y así destruirá también las de hoy.
Tengamos fe en María y amor a María, pues Ella vencerá en nosotros al demonio que busca perdernos. En el mundo reina el demonio a través del pecado en un reino de muerte. En María se derrumba el mundo del pecado y el reino de la muerte. La Inmaculada es su desplome total.