Todo el programa de Jesús está contenido en estas pocas palabras: «arrepentíos, porque el Reino de los cielos ha llegado». El camino de salvación, que el Evangelio nos ofrece, exige una sincera renuncia personal a nuestra anterior vida de pecado, para seguir fielmente a Cristo. Si conservo apego a mi pecado, a mis malas pasiones e inclinaciones, no permito que la gracia de Dios me transforme.
La conversión que Jesús pide es la apertura decidida del corazón del hombre al Corazón de Jesucristo. Porque la esencia de la conversión, no es sólo apartarse del mal, sino aceptar enteramente la Voluntad de Dios, confiar en Él, esperando, como niños, todo de su bondad.
Penitencia y conversión
San Clemente Romano escribe: «Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo, y démonos cuenta de cuán valiosa es a los ojos de Dios y Padre suyo, ya que derramada por nuestra salvación, ofreció a todo el mundo la gracia de la conversión. (…) En cualquier época el Señor ha concedido oportunidad de arrepentimiento a todos los que han querido convertirse a Él.
Noé predicó la penitencia, y los que le hicieron caso se salvaron. Jonás anunció la destrucción a los ninivitas, pero ellos, haciendo penitencia de sus pecados, aplacaron la ira de Dios (…). “Por mi vida, dice el Señor, no me complazco en la muerte del pecador, sino en que cambien de conducta” [Ez 33,11] (…) Seamos, pues, hermanos, humildes de espíritu; abandonemos toda soberbia y altanería, toda insensatez. Recordemos las palabras del Señor Jesús con las que enseña la equidad y la bondad».
Vocación de los apóstoles
La narración de la vocación de los primeros discípulos presenta una respuesta dada por unos hombres a esta llamada. «Venid conmigo, -les dice Jesús- y os haré pescadores de hombres. Al instante, dejando las redes, le siguieron». Es una invitación a renunciar a todo, incluso a las ocupaciones habituales, para ser enviado a la evangelización.
En la respuesta de los apóstoles vemos lo que Jesús espera de nosotros. Dejar las redes significa dejarlo todo. Esos hombres vivían de la pesca, las redes eran todo para ellos. Pero prefirieron acoger la invitación de Jesús a seguirle a una vida superior, la espiritual. Muchas veces nosotros tenemos nuestras redes que no queremos soltar. Le decimos a Dios: «Señor, puedes pedirme cualquier cosa, pero esto no». Y por no darle «eso» al Señor no alcanzamos la plenitud de la felicidad, seguimos atados a las cosas de este mundo, a lo terreno, que tarde o temprano se va a acabar.
Dejaron las redes
Dios, cuando llama y pide el desprendimiento de todo, no es para empobrecer sino para enriquecer. Los discípulos recogían peces, pero Jesús al pedirles que lo sigan, les sublima su oficio, seguirán siendo pescadores, pero de almas. Si Dios nos pide dejar nuestras redes hemos de hacerlo sin miedo. Él ha prometido darnos el ciento por uno y una felicidad plena y sin fin.
Es necesario deponer la mentalidad terrena, por la que el hombre vive y obra únicamente con la mira en los intereses y en la felicidad temporales. «Pasa la figura de este mundo», nos dice San Pablo (1 Cor 7, 31). El tiempo ya no tiene más que un sentido, hacer que el hombre dirija sus pasos hacia la eternidad.
María, modelo de respuesta a la vocación
La invitación amorosa que Dios presenta al hombre es como una página en blanco; espera una firma sencilla, personal; espontánea; la firma ha de tener sólo dos letras; éstas: SÍ. A Dios le basta y le sobran para realizar luego en el alma todo su misterio salvador y santificador.
Esto fue la vida de la Virgen. Ella ofrendó al Señor su virginidad, y a cambio Dios la enriqueció con una Maternidad singular y única: María es la Virgen por antonomasia y la Madre de Dios y de todos los hombres. Eso es lo que Dios quiere hacer en la vida de cada uno, pero de nosotros depende soltar las redes y seguirlo.
El SÍ de María el día de la Anunciación no fue algo pasivo, sino dinámico, libre y enamorado; una forma incondicional y confiada. Su Fiat es aceptación en la Fe y don de sí misma. El SÍ de María es como un eco de la obediencia de Jesús al Padre.
Hay tres SÍ. El de Jesús en Getsemaní; el de María en la Anunciación y el tuyo en el Padre Nuestro: «Hágase tu Voluntad, así en la tierra, como en el cielo». Vivir el SÍ de cada día es ir incendiando la vida en una hoguera de heroísmo y amor. Pídele a María, Madre y Maestra de nuestras almas, que te conceda responder a Dios como Él lo espera de ti.