La Fiesta del Bautismo de Cristo señala el final de todo el ciclo natalicio o de la manifestación del Señor. Y da paso al tiempo durante el año, llamado también tiempo ordinario.
Esta fiesta se nos presenta como la investidura oficial de Jesús. Él es el “enviado”. La voz del Padre y la unción del Espíritu Santo son las que garantizan la identidad de Jesús como Mesías. Y son Ellos los que presentan a Jesús al mundo.
Y, puesto que ya se ha cumplido el tiempo del silencio del Verbo, desde este momento se realiza en Cristo, con intervención de toda la Santísima Trinidad, la historia de nuestra salvación.
En las aguas del Jordán
La intención de Jesús no es limpiarse de pecados. Él no los tiene. Todo lo contrario. Los demás hombres se sumergían en el Jordán para dejar atrás sus manchas y limpiarse simbólicamente de ellas. En cambio, el “totalmente limpio” se sumergió en esas mismas aguas del Jordán, ya turbias por tantas miserias, para salir revestido de ellas.
En las aguas del Jordán cargó con nuestros pecados, los llevó hasta el Calvario y los clavó en una cruz. Por su bautismo en el Jordán, Jesús manifiesta –desde ahora– la aceptación de su propia muerte. Y en esta entrega definitiva por salvar al hombre, Jesús condensa toda la voluntad de su Padre.
Por eso ante la perplejidad de Juan, Jesús le replica: “Déjame hacer ahora, pues así nos cumple realizar plenamente toda justicia”. Su bautismo es un acto de sumisión filial a la voluntad de Dios.
Y por eso lo amó el Padre: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Junto al Jordán se revela el amor del Padre sobre Jesús precisamente cuando, en gesto significativo de humillación, el “Hijo” ha manifestado su disponibilidad a soportar y quitar, expiándolo, el pecado del mundo.
Madre de la Luz
En el Bautismo de Cristo vemos también una prefiguración del bautismo de los cristianos que en María ha llegado ya a su plenitud.
En efecto, el Espíritu que santifica el seno de la Iglesia, es decir, la fuente bautismal, y que engendra a los hijos de Dios, fue el mismo Espíritu que santificó el seno de María para que engendrara a Cristo.
María es, por lo tanto, Madre de la luz, porque engendró al que es la Luz del mundo, que comenzó a manifestarse a orillas del Jordán el día de su Bautismo.
El fruto de esta celebración en nosotros debe ser, pues, como María, escuchar con fe la palabra del Hijo de Dios para que podamos llegar a la plenitud de hijos de Dios y herederos del cielo.