En el Evangelio de San Juan, Jesús mismo nos ofrece el fuerte contraste que existe entre la conducta de los falsos pastores y la suya.
Aquéllos son ladrones que se introducen con engaño en el rebaño para «robar, matar y destruir» llevando consigo el terror y la confusión. Bajo el vestido de pastores se insinúan en la Iglesia, la turban con falsas teorías, dispersando y desorientando a los fieles. Quiera Dios que se cumpla en ellos la palabra del Evangelio: «las ovejas no los oyeron«.
Jesús, por el contrario, es el buen Pastor, las ovejas se fían de Él. Siguiéndole no tienen nada que temer. Jesús arriesga y expone su vida a pesar del peligro de muerte que le acecha en favor de sus ovejas. Jesús pone en juego su vida para defendernos. Porque la palabra clave en el amor y que encierra todo su actuar es: entregarse.
Pastor y Puerta del redil
«El ladrón viene solamente para robar, sacrificar, matar. Yo he venido para que tengan vida y la tengan sobreabundante» (Jn 10, 10). El ladrón es el que quita a Dios sus ovejas en intento supremo de usurpación, pero Jesús, el fiel a Dios, está dispuesto a sacrificar incluso su vida para salvar a sus ovejas.
Aceptando la muerte por la salvación de su rebaño, Jesús es al mismo tiempo Pastor y Puerta de las ovejas: «Yo soy la puerta, el que por Mí entrare se salvará, y entrará y saldrá y hallará allí pasto». Nadie entra en el redil de Cristo -la Iglesia- si no cree en Él y no pasa a través del misterio de su muerte y Resurrección, es decir, del Bautismo.
El ladrón
La pandemia del Covid-19 ha dejado al mundo en una situación extraña: parálisis a nivel social y económico, vedado el acceso a lo religioso (no se puede asistir a la Santa Misa, no se administran los sacramentos en gran parte del planeta, los enfermos mueren sin sacramentos). Si miramos a nuestro alrededor -y quizás también a nosotros mismos-advertimos miedo, pánico, inestabilidad, depresión, sensación de angustia y soledad. Huimos de nuestros seres queridos por miedo a infectarnos de este raro virus.
A todo esto el mundo ofrece sus soluciones, como bien lo describe Nuestro Señor: El ladrón de las ovejas de Dios, para arrancarlas de Dios, les promete felicidad, abundancia, vida. Pero son los grandes mentirosos que no hacen otra cosa que llevarlas a la muerte al separarlas de Dios. No pueden hacer otra cosa por más poder y riqueza que ostenten esos ladrones.
Jesús no es avaro de su vida 
En cambio, Jesús a lo largo de sus tres años de actuación pública está siempre dispuesto a enfrentarse con la muerte por defender a sus ovejas. Es el pastor de calidad, el que necesitan las ovejas, el que busca la oveja perdida sin ahorrarse en el buscar; el que precede guiando y defendiendo su rebaño; el que no pone otro límite a su trabajo y a sus desvelos que la necesidad de su rebaño; el que da su vida por su rebaño. Jesús no es avaro de su vida, de conservarla para sí. Pero sí es avaro de darla generosamente por nosotros.
Mi actitud
Es un buen momento para un profundo examen de conciencia. En primer lugar, para detectar cuál es mi postura ante los demás a la hora de tener que afrontar algún riesgo, incluso el peligro de muerte, por socorrerlos. Y en segundo lugar, cuál es mi actitud, ante ese Buen Pastor, que está continuamente buscando la oveja perdida, no para darle golpes, sino para ponerla sobre sus hombros y cariñosamente volverla al redil.
¿Me fío de ese Buen Pastor? ¿Creo en ese amor que me tiene que lo llevó a entregar su vida por Mí? ¿Sigo sus huellas, sus orientaciones, su voz?
Conocer la voz
Jesús nos dice: «Yo soy el buen Pastor y conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí…». Debemos vivir de tal manera que podamos conocer la voz del Pastor. Ese Buen Pastor, bajo el cual están todos los demás pastores, obligados también a reconocer su voz.
Para ello tengo que acostumbrarme a escucharlo: en la oración, en la lectura de la Sagrada Escritura y escritos de los santos y en la recepción de los sacramentos -en la medida que nos sea posible-. Mi unión y consagración a María Santísima, la Divina Pastora de las almas, es esencial para aprender a conocer y seguir esa voz de su Divino Hijo, que a cada una las llama por su nombre.