En el Evangelio de hoy contemplamos a un joven que tiene ansias de vida eterna y se acerca a Jesús para saber qué debe hacer para conseguirla. Era un joven rico y tenía muchos bienes, pero su corazón no estaba satisfecho. Las cosas materiales no lo llenaban y quería algo más.
A la luz de este Evangelio vemos tres tipos de personas distintos: vamos a reflexionar en tres maneras o posturas que podemos asumir en la vida, respecto a Dios y su Voluntad sobre nosotros:
En la primera están los que no tienen ningún interés por salvarse. No les preocupa su alma, alcanzar la vida eterna y por eso viven al margen de los mandamientos.
En la segunda se sitúan los que desean salvarse, pero tienen su corazón tan apegado a las cosas de este mundo, que prefieren seguir disfrutando de ellas, aunque para ello pierdan la oportunidad de ser perfectos. En este caso se encontraba el joven de hoy.
En el tercer grupo, que es al que todos debemos aspirar, se encuentran las almas que desean sinceramente seguir a Cristo y ser santos y, para ello están dispuestas a renunciar a todo aquello que les sea obstáculo para que Cristo ocupe el primer lugar en sus vidas.
Se marchó triste
El joven rico, a pesar de sentir su corazón insatisfecho, pues aspiraba a cosas más altas, se había dejado atrapar por sus riquezas. Para él no era suficiente tener un fondo bueno y cumplir los mandamientos, anhelaba algo más; el Evangelio nos dice que Jesús lo miró complacido.
Pero había algo que lo ataba y no lo dejaba volar, su apego a lo material. San Juan de la Cruz dice: “lo mismo da que el ave esté atada a un hilo fino que a uno grueso, pues con ninguno de los dos podrá volar”. No importa si nuestro corazón está apegado a cosas grandes o pequeñas, mientras siga “ocupado”, no podrá dar lugar a Cristo.
El Señor quiere que el corazón del hombre sea para Él por entero, no admite partes ni divisiones. Y, ¡qué lástima si, por preferir nosotros cosas caducas, perdemos los premios eternos! Nos dice el evangelio que el joven se marchó triste. Y precisamente esa tristeza nos lleva a reflexionar que los bienes de este mundo nunca podrán saciar nuestro corazón. “nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. (San Agustín).
Responder a la invitación de Jesús
Solo Jesús es la riqueza definitiva, ya bien definida y delimitada de Dios puesta a disposición de los hombres. Tu misión: responder.
“Vete, vende todo cuanto tienes…”. La invitación de Jesús es explícita, clara. Debes asumir esa actitud de fondo que te arrastre por entero con todo lo que eres y tienes, y te sitúes en el mundo de Dios.
Mira la vida de la Virgen Santísima. Su corazón era todo de Dios y estaba lleno de Él, precisamente porque estaba vacío de apegos humanos. Vivió una vida pobre, sencilla, sufrida, pero a cambio, adquirió un tesoro imperecedero en el cielo y una gloria inestimable.
¿Te has cuestionado qué te pide Jesús? ¿Cuál es tu respuesta?
Pide a María, la Virgen Fiel, que te enseñe a responder con generosidad a esa llamada particular que el Señor te hace. En la respuesta que des a esa invitación está contenida toda tu paz y felicidad verdaderas.