Día 13 de mayo de 1917. — Estando jugando con Jacinta y Francisco encima de la pendiente de Cova de Iría, haciendo una pared alrededor de una mata, vimos, de repente, como un relámpago.
—Es mejor irnos ahora para casa —dije a mis primos—, hay relámpagos; puede venir tormenta.
Y comenzamos a descender la ladera, llevando las ovejas en dirección del camino. Al llegar poco más o menos a la mitad de la ladera, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro relámpago; y, dados algunos pasos más adelante, vimos sobre una carrasca una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos detuvimos sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca que nos quedábamos dentro de la luz que la cercaba, o que Ella irradiaba. Tal vez a metro y medio de distancia más o menos. Entonces Nuestra Señora nos dijo:
—No tengáis miedo. No os voy a hacer daño.
—¿De dónde es Vd.? — le pregunté.
—Soy del Cielo.
—¿Y qué es lo que Vd. quiere?
—Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13 a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que quiero. Después volveré aquí aún una séptima vez. (Esta «séptima vez» ya aconteció la mañana del día 15 de junio de 1921, cuando Lucía se despedía de la Cova de Iría. Se trataba de una aparición particular y personal).
—Y yo, ¿tambien voy al Cielo? Si, vas.
—Y, ¿Jacinta? — También.
—Y ¿Francisco? —También; pero tiene que rezar muchos Rosarios.
Entonces me acordé de preguntar por dos muchachas que habían muerto hacía poco. Eran amigas mías e iban a mi casa a aprender a tejer con mi hermana mayor.
—¿María de las Nieves ya está en el Cielo?
—Sí, está. (Me parece que debía de tener unos dieciséis años).
—Y, ¿Amelia?
—Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo. (Me parece que debía de tener de dieciocho a veinte años).
—¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la con- versión de los pecadores?
—Sí, queremos.
—Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza.
Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios, etc.) cuando abrió por primera vez las manos comunicándonos una luz tan intensa como un reflejo que de ellas se irradiaba, que nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un impulso íntimo, también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos íntimamente: «Oh Santísima Trinidad, yo Os adoro. Dios mío, Dios mío, yo Os amo en el Santísimo Sacramento».
Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:
—Rezad el Rosario todos los días, para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra.
En seguida comenzó a elevarse suavemente, subiendo en dirección al naciente, hasta desaparecer en la inmensidad de la lejanía. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los astros, motivo por el cual alguna vez dijimos que habíamos visto abrirse el Cielo.