El segundo domingo de Cuaresma nos lleva a contemplar a Jesús transfigurado. Tras el doloroso y desconcertante primer anuncio de la pasión y la llamada de Jesús a seguirle por el camino de la cruz (8,31-38), se hace necesario alentar a los discípulos abatidos.
Por un instante se desvela la cruz de Cristo para volver a ocultarse de nuevo. Sólo cuando Jesús resucite de entre los muertos será posible entender todo lo que encerraba el misterio de la transfiguración.
Escuchadle
En pleno camino cuaresmal de esfuerzo y sacrificio, también a nosotros se dirige la voz del Padre con un mandato único y preciso: «Escuchadle», es decir, obedeced sus palabras, haced lo que Él os diga, aunque os introduzca por caminos de cruz. Toda la vida de Cristo fue una vida de humillación, de incomprensión, de persecución, de rechazo. No otro camino nos espera a quienes deseamos seguir sus huellas.
Siempre el hombre ha sentido la tentación que ya entonces surgió en la misma colina del Calvario: “bájate de la cruz”. Rehuimos sufrir, nos da alergia. No hemos comprendido aún la sabiduría que encierra la cruz de Cristo, “escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”, pero para los llamados, fuerza de Dios.
Como dice el Kempis: “Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz. Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la tribulación. Todos quieren gozar con Él, mas pocos quieren sufrir algo por Él. Muchos aman a Jesús, cuando no hay adversidades. Muchos le alaban y bendicen en el tiempo que reciben de Él algunas consolaciones: mas si Jesús se escondiese y los dejase un poco, luego de quejarían o desesperarían mucho. Mas los que aman a Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna propia consolación suya, le bendicen en toda tribulación y angustia del corazón, tan bien como en consolación.”
De la mano de María
A la cabeza de este reducido número de verdaderos amadores podemos contemplar a María, quien permaneció firme en los momentos cruciales de la vida de Cristo. María no aparece en los contados triunfos de su Hijo. No la vemos cuando querían aclamar a Jesús por Rey, ni en los múltiples milagros que atraían multitudes, ni el domingo de Ramos cuando Jesús entra triunfante en la ciudad. Sin embargo San Juan nos la presenta de pie junto a la cruz. Padeciendo y corredimiendo con Él.
El camino cuaresmal nos introduce en el misterio del dolor que salva. No es un dolor por masoquismo, sino que tiene su fundamento en el amor de todo un Dios ha amado tanto al mundo que le ha entregado a su Hijo único… (Cf. Jn 3,16) para expiar nuestros pecados y abrirnos las puertas del cielo.
Caminemos pues, de la mano de María, hacia el Calvario, donde nos espera Cristo, porque quien esté dispuesto a morir por Él, también triunfará con Él.