P. Rodrigo Molina

Inspirador del Reinado de María

El P. Molina nació en Pravia (Asturias, España) el 23 de octubre de 1920, en el seno de una familia muy cristiana. Tuvo ocho hermanos. Fue un ferviente hijo de María -«la Señora» como solía llamarla con unción, respeto y admiración- y un activo propagador de su gloria. Su devoción, sin duda, se remonta a sus primeros años, en que en brazos de su madre aprendió a amar a la Virgen. Nuestra Señora del Valle, Patrona de Pravia, fue la primera imagen de la Madre del cielo que contemplaron los ojitos del pequeño Rodrigo. Y desde entonces, la hermosa Señora vestida de luz no apartó su manto de este niño, que más tarde será sacerdote y fundador de una Familia Espiritual.

P. Molina con su madre.A los 18 años ingresó en la Compañía de Jesús. Ya de jesuita, el Hno. Molina en sus años de noviciado, dedicaba un tiempo al rezo del Oficio Parvo de la Santísima Virgen. Uno de sus compañeros afirmó que llamaba la atención su fidelidad a Dios, su entrega y su amor a la Virgen.

Fue ordenado sacerdote el 13 de julio de 1956. En 1966 fue destinado a las misiones de Perú como Secretario del Arzobispo de Cuzco, Mons. Ricardo Durand. La pobreza del pueblo quechua hirió su alma en lo más hondo. Con una fe que mueve montañas, una confianza ilimitada y un amor muy fuerte y tras largas horas de oración, profunda humildad y heroica obediencia, decidió formar una asociación para promover el desarrollo entre los más necesitados.

«Via Mariae»

Consideraba la función mariana en nuestras vidas como neurálgica, insustituible, esencial. Dejó escrito: «Optemos en nuestra espiritualidad por la “Via Mariae”: Es la vía de la eficacia, la vía del logro. Santa María, lugar de la irrupción de Dios en la Historia de la Humanidad ¡No la vamos a amar! ¡No la vamos a engrandecer! ¡No la vamos a venerar! Santa María, ¡Antena permanente de la Buena Nueva del Evangelio! Nuestro futuro ha sido puesto por Dios en las manos de Santa María: eso dice Fátima, eso Lourdes…».

Santo Rosario y Nuestra Señora de Fátima

Tenía una gran devoción al Santo Rosario. En los viajes lo rezaba siempre. Aconsejaba en una carta: «No decaigas en el rezo diario del Santo Rosario. La Santísima Virgen es muy agradecida y es la omnipotencia suplicante y te quiere hacer santo. Solo falta que tú lo sigas queriendo sinceramente». 

El P. Molina fue un gran amante y difusor del mensaje de Fátima, de cuyo librito jamás se separaba. Era la noticia cabal, compendio de la Buena Nueva de Jesús, que entregaba la primera noche de Ejercicios a las miles y miles de personas que, por su intermedio, encontraron el sentido de sus vidas.

De Santa María, nunca bastante

Para el Padre era sencillamente impensable un presbiterio sin una imagen mariana, un Mes de María sin las ‘flores’, un Primer Sábado sin una especial solemnización, celebrar la Inmaculada sin la novena preparatoria, una Solemnidad suya sin una Vigilia previa, una empresa sin su Patrocinio. A sus proyectos apostólicos más ambiciosos quiso llamarlos CISAMA (Ciudad Santa María).

Quienes lo conocieron, dicen del Padre Molina que era «un gran apóstol mariano a tiempo completo… iba de la mano de la Virgen a extender el Evangelio.» Decía que había que ser custodios de la Virgen, no separarnos de ella: «Tenéis que andar agarrados de su manto, ¿acaso los niños –nos decía– cuando quieren algo no están con su mamá para arriba y para abajo, tirándole del vestido y lo consiguen? Así tenemos que estar.» Fue, con San Bernardo, el hombre del «de Santa María nunca bastante». Frase que gustaba repetir.

El P. Molina explicó y vivió la entera consagración mariana según la entendían San Luis María Grignon de Montfort y San Maximiliano María Kolbe. Entre las cuantiosas predicaciones que dejó, se encuentra una en que invita a «Inmaculatizar» el momento presente, la vida toda. El P. Molina pudo ser todo de Dios, porque fue todo de María.

Nuestra Señora del Encuentro con Dios

Quería que sus hijos profundizaran y defendieran el privilegio de María como Mediadora maternal de todas las gracias. Y como preciosísima herencia nos dejó a Nuestra Señora del Encuentro con Dios como Madre y Patrona. Una advocación que nació en el corazón del Padre muchos años antes de que surgiera su imagen. Porque el Padre sabía que María es quien nos lleva al Encuentro con Dios.

Cuando conoció que llegaba su hora, se alegró. Se ofreció victimalmente con Cristo y nos legó el regalo más precioso: su vida. Tras padecer con fortaleza heroica un doloroso cáncer, muere el 28 de abril de 2002. Ochenta y un años largos consumidos en servicio de amor a Dios y a la Iglesia. Su amor y devoción a la Virgen María quedaron de manifiesto en la unción y profundidad de sus escritos y predicaciones sobre la Señora, como le gustaba llamarla.  

«María es la Reina y Señora de toda la creación y tiene verdadero dominio y potestad sobre ella. No es sólo una realeza de honor y excelencia. Es real. Caracterizan el reinado de María el amor y la misericordia. Ejerce María su reinado ante Dios suplicando y mandando. Así lo hizo en Caná: Hijo, no tienen vino… Haced lo que Él os mande. Por todo ello se dice de María en la Iglesia que Ella sola ha destruido todas las herejías del universo”. Destruirá también las de hoy. Fe, pues, en María. Amor, pues, a María. Imitemos a María y ella en nosotros vencerá al demonio y a los hombres que le siguen. María nos da un arma: el Rosario». 

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