La parábola del Rico Epulón y del pobre Lázaro que meditamos hoy está toda ella marcada por el contraste entre la situación de esta vida y la que hay después de la muerte. Mientras el pobre Lázaro es llevado al seno de Abrahán, del rico se dice simplemente que «lo enterraron» y ni se menciona su nombre; los tormentos son su herencia definitiva.
Esto nos demuestra que Dios valora las cosas de una manera muy distinta a como las valoramos los hombres, pero al final se caen todas las caretas y la verdad se impone en su fortísima realidad.
Tomar posición
Si hemos obrado el bien o soportado con paciencia los males presentes, sin renegar, sin buscar venganza, sin culpar a Dios o a los demás de nuestras desgracias, al final recibiremos la recompensa. Si, por el contrario, hemos obrado mal, ya sea directamente o indirectamente, como lo hizo el rico, permaneciendo indiferente a las necesidades de su hermano, recibiremos también el justo castigo.
Ante estas reflexiones podemos preguntarnos: ¿Hasta qué punto valoramos las cosas tal como son de verdad? ¿Realizamos nuestras opciones según los valores eternos? ¿O nos dejamos seducir por apariencias pasajeras y efímeras?
El texto sugiere que el rico es condenado precisamente por malgastar sus bienes y no atender al pobre que mendiga a sus pies. ¡Terrible aviso para nosotros, que podemos también tener algo del rico de la parábola!
El pecado de indiferencia
Veamos que el Evangelio no nos dice que el rico fuera malo o que golpeara a Lázaro o lo metiera en la cárcel o le hiciera daño. Su pecado consistía en la indiferencia: lo que se puede definir como odio frío, a diferencia del odio caliente, que es el que me mueve a hacer un daño directo al otro. Y cuánta indiferencia reina en muchos corazones, incluso de cristianos.
Esa indiferencia que me lleva a vivir metido en mi egoísmo, preocupado por mis cosas, mis asuntos, mis problemas y no me doy cuenta que a mi alrededor hay muchas personas que necesitan de mí: de mi compañía, de mi consejo, de mi ayuda, de mi consuelo, de mi perdón, de mi sonrisa, de mi oración, de mi sacrificio, en una palabra: de mi entrega.
El cristiano está llamado a dar su vida por los hermanos como Cristo la dio por todos. No debemos contentarnos con no hacer mal a nadie. En preciso hacer bien a los demás.
La siempre disponible
Lo opuesto al egoísmo e indiferencia del rico lo encontramos en la figura de María, la siempre disponible y dispuesta a ayudar al otro.
Lo vemos en la escena de la Visitación, en las Bodas de Caná, al pie de la cruz, en Pentecostés.
En particular, la efusión del Espíritu Santo en día de Pentecostés llevó a María a ejercer su maternidad espiritual de modo singular, mediante su presencia, su caridad y su testimonio de fe. María está totalmente entregada al otro. Después de Dios nadie nos ha amado como María.