Celebramos hoy el último domingo de Cuaresma: «De Ramos» y «de Pasión». Contraste entre los Hosanna del Monte de los Olivos y la Cruz. La liturgia nos hace revivir la entrada de Jesús en Jerusalén, cuando se acercaba la celebración de la Pascua.
El pasaje evangélico nos muestra a Jesús entrando en la ciudad rodeado de una multitud jubilosa. Puede decirse que, en este día, llegan a su cima las expectativas de Israel con respecto al Mesías. Son expectativas alimentadas por las palabras de los antiguos profetas y confirmadas por Jesús con sus enseñanzas y los signos que ha realizado.
Al entrar en Jerusalén, Jesús sabe, sin embargo, que el júbilo de la multitud lo introduce en el corazón del «Misterio» de la salvación. Es consciente de que va al encuentro de la muerte, y que no recibirá una corona real, sino una corona de espinas. Ese es el precio que está dispuesto a pagar por su fidelidad a la Voluntad del Padre y por amor a los hombres. Camino de entrega y servicio para redimir a sus hermanos. Él mismo había dicho: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt. 20, 28).
Nadie tiene amor más grande
Por esto la Iglesia no vacila en proponer a la consideración de los fieles la Pasión de Cristo en toda su cruda realidad, para que quede claro el amor infinito Él nos ha tenido, porque “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”(Jn. 15, 13).
La cruz no es algo extraño en nuestra vida. Querer negarla, excluirla de la propia existencia es ignorar la realidad de la condición humana. El hombre nace para la vida y la felicidad, pero no puede eliminar de su historia personal el sufrimiento y la prueba. Desde el momento en que Jesús toma la cruz, la convierte, paradójicamente, en redención, en prenda de felicidad futura.
Cuando nos vemos sumidos en desgracias, enfermedad, soledad… ¿no es la cruz la que nos está interpelando? La cultura difundida hoy, de lo efímero, que asigna valores sólo a lo que parece hermoso y a lo que agrada, quiere hacernos creer que hay que apartar el sufrimiento. Esa moda invita a lo fácil, a la mediocridad, a una vida carente de proyectos y respeto por los demás. Debemos abrir bien los ojos. Ese camino de egoísmo y falsedad no es el que lleva a la alegría y a la vida, sino al pecado y a la muerte. Dice Jesús: «…pero quien pierda su vida por mí, la salvará» (Mt 16, 25).
El camino de la Voluntad de Dios
En nuestra vida personal el camino de nuestra santificación y la senda para alcanzar la felicidad plena y la gloria eterna es el camino de la Voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros, aunque muchas veces esa voluntad Divina se nos presente dolorosa.
Para ese caminar contamos con la ayuda y la presencia de María. Ella, como Madre Corredentora, tuvo parte primordial en la Obra de Cristo y la vivió plena y totalmente por su obediencia en la fe. También a Ella el Padre le pidió morir en su corazón con su Hijo crucificado y gracias a su aceptación y docilidad nos alcanzó a todos el gozo de la salvación.
Pidámosle en este comienzo de Semana Santa que nos enseñe a vivir íntimamente unidos a los dolores de su Hijo y que aceptemos siempre en nuestras vidas el querer de Dios.