Eres Toda hermosa, ¡oh María!
Dijo el ángel a María: ¡Alégrate!, la llena de gracia, de todos los favores, dones, mercedes de Dios… La toda bella, la que has hecho sonreír a Dios.
María es la Inmaculada: La pura, tersa, traslúcida, sin mancha, limpia, sin tacha, nítida, intacta, cristalina, sin fealdad, sin pecado, sin sombra, sin suciedad. Su pequeño Corazón humano está perfectamente «centrado» en el gran Corazón de Dios.
Aspiremos a la gracia y belleza de Dios, invitados por su Corazón Inmaculado. Descubramos que nuestra única riqueza es el Amor de Dios que nos regala el Corazón de nuestra Madre Inmaculada. Del Corazón de María brota un Amor gratuito. Amor que santifica. Amor que aleja del pecado.
Dogma de Fe
El 8 de diciembre de 1854, Su Santidad Pío IX definía solemnemente como dogma de fe, la Inmaculada Concepción de María con estas palabras: “Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios”.
En efecto, en el momento de ser concebida, María no contrajo el pecado original, heredado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, con el que todos nacemos y somos ya, “desde el comienzo, hijos de ira” (Ef. 2, 3), según la frase de San Pablo. Y en la carta a los Romanos, el mismo apóstol afirma: “Por esto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres alcanzó la muerte, porque todos pecaron.” (Rm. 5, 12).
Todos los hombres nacemos en pecado. Por esta razón somos indigentes y necesitados de Cristo desde el principio; no hay nadie que no necesite de su salvación.
En este sentido, la Inmaculada Concepción, como decía el Beato Papa Pío IX, constituye una “singular gracia y privilegio”. Esto no significa, en manera alguna, que María no haya necesitado de la salvación de Cristo. María, al igual que todos los hombres, fue realmente “redimida” por Cristo, pero con la esencial diferencia de que la suya fue una “redención preservativa”, es decir, que fue preservada de caer, en vez de ser liberada después de haber caído y, en este sentido, María fue redimida de un modo más perfecto.
La santidad de María
La Concepción Inmaculada de María no tendría sentido alguno si no se la concibe como el comienzo de un estado de santidad ya desde el primer instante de su existencia, que ha de prolongarse y permanecer durante toda la vida. La santidad perpetua de María implica en Ella la exclusión de todo pecado, incluso venial, durante toda su vida.
Como Modelo y Madre nuestra, María nos invita a imitarla en su santidad de vida, en su lucha constante contra el pecado y contra todo lo que nos aparta de Dios. Por eso es esperanzador saber que, en esa lucha no estamos solos.
Pongo enemistad entre ti y la Mujer
El libro del Génesis nos muestra ya esa batalla entablada entre la Serpiente y su descendencia y la Mujer y su descendencia. “Pongo enemistad entre ti y la Mujer y entre tu linaje y su linaje: Él te aplastará la cabeza mientras tú acecharás su calcañar” (Gn 3, 14).
En este sentido María tiene una sola preocupación: librarnos del pecado que nos lleva a la enemistad con Dios y a la muerte eterna. El único dolor de María es nuestro pecado. Nuestro pecado está en la base de todas nuestras desgracias. Es la advertencia que Jesús da al paralítico después de haberlo curado en la piscina de Siloé: «¡Ya estás sano! ¡no peques más, no sea que te suceda algo peor!» (Jn 5, 14). Ese “algo peor” es perder la amistad con Dios.
¿Qué debemos hacer nosotros para asemejarnos a Ella? Colaborar con Dios, abrirnos a Él en fe, no oponernos a Su voluntad, acogerlo en nuestro corazón, luchar contra todo lo que nos aparte de Él, es decir, contra el pecado, como lo hizo María.
María Inmaculada, triunfo de Dios
La Inmaculada Concepción es la obra más acabada y perfecta de Dios en una criatura y es lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. María es la Inmaculada, que quiere hacer a sus hijos inmaculados como Ella.
Si respiro, vivo. Si soy devoto de María tengo asegurada mi vida eterna. María no frustra la esperanza de los que acuden a ella. Es lo propio del corazón femenino: no frustrar la esperanza de sus hijos.
El P. Rodrigo Molina nos anima con estas palabras: «María Inmaculada, es decir, triunfo de Dios. Triunfo completo. En el mundo reina el demonio a través del pecado. Pero, María toda Ella es luz de santidad. Ella es el camino recto y seguro para el encuentro con Dios».