¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que es ofendido y por la conversión de los pecadores?”. “Sí, queremos”. “Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza”. (Diálogo de la Virgen de Fátima a los Pastorcitos el 13 de mayo de 1917)
El 20 de febrero recordamos a Francisco y Jacinta, dos “lámparas”, como las llamó San Juan Pablo II (Homilía del 13 de mayo de 2000), que Dios encendió para dárnoslas, especialmente en los momentos más difíciles. Y cuanto más oscura es la noche, más brillan estas dos pequeñas estrellas, intensamente, para guiarnos en todas las circunstancias de la vida.
Oración y reparación
Ardiendo en amor hacia el Señor y las almas, los pequeños Santos tuvieron una sola aspiración: rezar y padecer siguiendo la invitación de la Virgen. Con gran alegría y gratitud por el don recibido, correspondieron con todas sus fuerzas a la invitación de la Virgen, que pedía oraciones y sacrificios en reparación de los pecados que ofenden a Dios y al Corazón Inmaculado de María y por la conversión de los pecadores.
Aventajadísimos discípulos de la Madre y Maestra, respondieron a la gracia divina con generosidad, fervor y perseverancia ejemplares. No solo fueron portadores de un mensaje de penitencia y de oración, sino que, con todas sus fuerzas, conformaron su vida a ese mensaje.
Podemos observarlos realizando fielmente su trabajo cotidiano, obedeciendo a sus padres, siendo serviciales con todos. Pacientes con los curiosos, disponibles con los peregrinos, con los que no los creían amables, compasivos con los que pedían oraciones.
Mortificaban su voluntad y su carácter; sabían superar el cansancio; se privaban del alimento para darlo a los pobres; durante días enteros no bebían agua, especialmente en el fuerte calor del verano; llevaban a la cintura una gruesa cuerda para hacer penitencia; renunciaban a sus juegos preferidos para dedicar más tiempo a la oración. No perdían ocasión alguna para estar más unidos a la Pasión del Señor, cooperando así a la obra de salvación, a la paz del mundo, al crecimiento de la Iglesia.
Consolar a los Sagrados Corazones
Todos los días rezaban los quince misterios del rosario. Rezaban para consolar a Dios, para honrar a la Madre del Señor, a Quien amaban profundamente, en sufragio de las almas del purgatorio; rezaban por todas las necesidades del mundo, per- turbado en odios y pecados. Rezaban solos y en familia, con una confianza absoluta en la Bondad divina.
Firmes en el propósito de desear y cumplir solo lo que era más agradable a Dios, su pensamiento y corazones tendían constantemente a los bienes imperecederos del espíritu, evitaban atentamente toda especie de pecado y frecuentaban con gran devoción el Sacramento de la Penitencia.
No es posible amar y no sufrir con el Amado. No es posible amar al Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María y no sufrir con Ellos las ofensas que se le hacen.
El amor identifica los intereses entre los amantes. Si vemos a los Corazones de Jesús y de María ofendidos y despreciados, nuestro amor hacia Ellos hará que tomemos sobre nuestro corazón las ofensas que laceran Aquellos y nos entreguemos a una vida de renuncias, privaciones y mortificaciones en aras de la reparación.
En concreto, desde el Amor y por el Amor que lleva a la VIDA, hagamos propósito en este tiempo de Cuaresma que inicia:
– Mayor cuidado para evitar las propias faltas e infidelidades y todo lo que pueda lastimar los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
– Aceptar y soportar con sumisión el sufrimiento que el Señor nos envíe (el clima, el trabajo, el cansancio…).
– Decir muchas veces, en especial al hacer algún sacrificio: «Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María».