La Solemnidad de Cristo Rey cierra el año litúrgico. Después de haber celebrado a lo largo del año todos los misterios de la vida del Señor, se presenta a nuestra consideración a Cristo glorioso, Rey de toda la creación y de nuestras almas. Aunque las fiestas de Epifanía, Pascua y Ascensión son también de Cristo Rey y Señor de todo lo creado, la de hoy fue especialmente instituida para mostrar a Jesús como el único soberano ante una sociedad que parece querer vivir de espaldas a Dios (cf. Pio XI Enc. Quas Primas).
La misión de Jesús
La misión de Jesús es servir a la Humanidad. Por eso está dotado de la facultad de regir (= es Rey), de la facultad de enseñar (= es Maestro) y de la facultad de santificar (= es Sacerdote).
Una vez que el Padre eterno ha enviado a Cristo al mundo como Rey que gobierna, enseña y santifica, ya no puedes ser feliz sino sólo por el camino del Evangelio de Cristo. Ya no hay otro camino. Ninguna otra opción tiene validez.
En Jerusalén San Pedro curó a un cojo desde el seno de su madre y preguntado “en virtud de qué o de quién… fue curado” respondió: “sea notorio a todos vosotros… que en el nombre de Jesucristo Nazareno… está ése aquí entre vosotros sano. Él es la piedra desechada por vosotros los constructores, la que ha venido a ser piedra angular. Y no se da en otro alguno la salud, puesto que no existe bajo el cielo otro nombre dado a los hombres, en el cual hayamos de ser salvos” (Hch 4, 9-12).
Con la bondad y mansedumbre del pastor
Por ello, Cristo vino a establecer su reinado no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré Yo el rastro de mis ovejas; y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad” (Ez. 34, 11-12). Así, con esta solicitud, nos busca el Señor cuando nos alejamos de Él por el pecado. Tanto nos amó que dio Su vida por nosotros.
Cristo es un Rey a quien se le ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra, y gobierna siendo manso y humilde de corazón, sirviendo a todos, porque ha venido no a ser servido sino a servir y a dar su vida para la redención de muchos. Su trono fue primero el pesebre de Belén y luego la Cruz del Calvario. Siendo el príncipe de los reyes de la tierra (Apoc. 1, 5), no exige más tributos que la fe y el amor.
La manera de ejercer Cristo su reinado es la propia del amor que se sacrifica e inmola por hacer el bien eterno. Y el bien temporal sólo en tanto en cuanto ayuda al eterno.
Cristo Rey de nuestro corazón
La actitud del cristiano no puede ser pasiva ante el reinado de Cristo en el mundo. Nosotros debemos desear ardientemente ese reinado. Es necesario que reine en primer lugar en nuestra inteligencia, mediante el conocimiento de su doctrina y el acatamiento amoroso de esas verdades reveladas; es necesario que reine en nuestra voluntad, para que obedezca y se identifique cada vez más plenamente con la voluntad divina; es preciso que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se interponga al amor a Dios; es necesario que reine en nuestro cuerpo, templo del Espíritu Santo; en nuestro trabajo, camino de santidad.
La fiesta de hoy es como un adelanto de la segunda venida de Cristo en poder y majestad, la venida gloriosa que llenará los corazones y secará toda lágrima de infelicidad.
El juicio final
Cuando Jesús nos presenta la escena del Juicio Final y hace aparecer en ella al Hijo del Hombre como Juez inapelable, lo hace así sólo para destacar la necesidad imperiosa e ineludible de emplearme todo entero en ayudar y servir: “Y cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y todos los ángeles con Él se sentará en el trono de su gloria. Y se reunirán ante Él todas las naciones. Él separará a unos de otros como un pastor separa las ovejas de los cabritos y pondrá las ovejas…” (Mt 25,31). Jesús se solidariza con aquellos que objetivamente tienen necesidad. A mayor necesidad, mayor servicio de Jesús.
No las intenciones, no los sentimientos, no las compasiones, sino dar a luz obras son las que te van a salvar. Te harán acepto a Dios las obras a las que te lleven esas buenas intenciones del corazón.
La condenación que aguarda a los que no ayudan es terrible: “Apartáos de mí los malditos…”. Ningún texto del Evangelio me dice con más claridad que abstraerme de amar-servir es pecar, que todo pecar incluye un no servir.
El Juicio Final lo trae San Mateo para moverme más a la vigilancia, a la acción y a la misericordia. De aquí el grandioso escenario con que lo introduce. Tus obras de servicio serán las que te salvarán en el Juicio Final. Porque gratuito es todo lo que tienes. Pero sin tu colaboración eso gratuito no te salvará. La fe que florece en obras, esa es la que te salvará. Cristo te posibilita llenar tu vida de obras.
Sometámonos a Jesús sin discusiones. Aceptemos su reinado con gozo. Reconozcamos su reinado con sumisión.
Reina a la derecha del Rey
“De pie a tu derecha está la Reina, enjoyada con oro de Ofir” (Sal. 44) Al lado del Rey de reyes está la Reina de todo lo creado. Ella es una guía segura para nuestra salvación. Si queremos acertar, debemos ponernos bajo su dominio materno.
¿Y cómo reina esta gran Señora? Caracterizan el reinado de María el amor y la misericordia. Ejerce María su reinado ante Dios suplicando y mandando. Así lo hizo en Caná: ‘Hijo, no tienen vino… Haced lo que Él os mande’.
Por todo ello se dice de María en la Iglesia que ‘Ella sola ha destruido todas las herejías del universo’. Destruirá también las de hoy. Fe, pues, en María. Amor, pues, a María. Imitemos a María y Ella en nosotros vencerá al demonio y a los hombres que le siguen. En el mundo reina el demonio a través del pecado en un reino de muerte. En María se derrumba el mundo del pecado y el reino de la muerte. La Inmaculada es su desplome total”. Como escribió el gran San Luis María Grignion de Montfort: “¡Señor, para que venga tu reino, venga el reino de María!”