Celebramos hoy, último domingo del tiempo Ordinario, la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, donde Jesús aparece como Rey y Señor de todas las cosas.
En el diálogo que sostiene con Pilato, Jesús explica en qué consiste su reino. Es un reino de salvación, de justicia, de amor y de paz. Igual que Él no es Rey como los reyes de la tierra, tampoco su reino es como los de este mundo. Cristo no humilla, no pisotea. La cruz es su trono real; desde la cruz extiende los brazos para abrazar a todos los hombres y desde la cruz los gobierna con su amor.
Su realeza no está en función de un poder temporal y político, sino en un señorío espiritual que consiste en anunciar la verdad y conducir a los hombres a la Verdad suprema, liberándolos de toda tiniebla de error y de pecado. «Para esto he venido al mundo —dice Jesús—; para ser testigo de la verdad».
Cristo vencedor
Es aleccionador que todo el año litúrgico desemboque en esta fiesta: al final Cristo lo será todo en todos. Cristo, a quien hemos contemplado humillado, despreciado, sufriente, lo vemos ahora vencedor; el sufrimiento fue pasajero, pero el triunfo y la gloria son definitivos: «Su poder es eterno, su reino no acabará».
El mal, la muerte, el pecado han sido destruido por Él de una vez por todas y ya permanece para toda la eternidad no sólo glorificado, sino Dueño y Señor de todo. Nada escapa a su dominio absoluto de Rey del Universo. Y aunque al presente parezca que el mal vence, es sólo en la medida en que Él lo permite, pues todo está bajo su control. Esta fe firme e inconmovible en el señorío de Cristo es condición necesaria para vivir una vida auténticamente cristiana.
Dejarse vencer por el amor
Nuestro vivir de cada día no debe desmentir nuestra condición de elegidos para el Reino de los cielos. Pero esta realeza de Cristo hay que vivirla con coherencia y desde el amor. De ahí que, para que Jesús reine sobre nosotros, hay que dejarse atraer y vencer por ese amor, hay que acogerlo con fe y dejar que Él reine en nuestra vida.
Cristo quiere ser rey de todos los hombres y de todo el hombre: de sus pensamientos y sentimientos, de su voluntad y afectividad, de su tiempo y de su existencia; de su trabajo y de su descanso; de toda la vida del hombre para infundir en ella una presencia divina, una soberanía que eleva, una realeza espiritual.
Un examen de conciencia
Pero nos preguntamos hoy: ¿Cristo reina realmente en mi vida? ¿La voluntad de Dios, sus mandamientos son la guía que rige mi vida, mi conducta, mi actuar? ¿Procuro que en mi familia, en los criterios con los que educo a mis hijos, en mi responsabilidad en el trabajo, estén conformes con esas exigencias del Reino de Dios? O más bien ¿son las modas, los criterios de la televisión o del internet, los que rigen mi conducta y mi actuar?
Ante temas como el aborto, el divorcio, la eutanasia, la anticoncepción, el amor libre, uniones del mismo sexo… ¿me rijo por la voluntad de Dios o por la opinión de la mayoría? Lo que hoy se dice “políticamente correcto”, está muchas veces en contra de la ley de Dios. De hecho muchas leyes que hoy se aprueban, y que no son civilmente punibles, son reprobables a los ojos de Dios.
Reina y Señora de toda la Creación
María dejó a lo largo de su vida que Cristo fuera su Rey. La voluntad de Dios fue siempre la brújula que guió toda su existencia. En su vida nunca se apartó de Dios por el pecado y así Dios pudo reinar en su alma, en su mente y en su corazón, sin hallar nunca oposición, tanto en los momentos de luz, como en los de oscuridad, en la alegría como en el dolor.
Y el Padre la coronó como Reina a la derecha del Rey. María reina junto a su Hijo. Acudamos a Ella y también Jesucristo reinará en nosotros y en nuestra sociedad. Porque, como escribía el P. Rodrigo Molina: «María es la Reina y Señora de toda la creación y tiene verdadero dominio y potestad sobre ella. No es sólo una realeza de honor y excelencia. Es real. Caracterizan el reinado de María el amor y la misericordia. Ejerce María su reinado ante Dios suplicando y mandando. Así lo hizo en Caná: Hijo, no tienen vino… Haced lo que Él os mande. Por todo ello se dice de María en la Iglesia que “Ella sola ha destruido todas las herejías del universo”. Destruirá también las de hoy. Fe, pues, en María. Amor, pues, a María. Imitemos a María y ella en nosotros vencerá al demonio y a los hombres que le siguen. María nos da un arma: el Rosario».