Este domingo la Iglesia celebra la fiesta de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, la fiesta del triunfo de María, que es para nosotros un motivo de esperanza, porque anticipa nuestro triunfo final.
El Evangelio de hoy nos relata la visita de María a su prima Isabel. Tras el saludo de María, Isabel queda llena de Espíritu Santo, que le hace comprender los signos de Dios y el misterio obrado en la joven Madre, y proclama la razón de la grandeza de María: «Bienaventurada tú porque has creído». Si la Maternidad Divina es un don de Dios a María, su fe es la respuesta a esa predilección de Dios que ha puesto su mirada en la humildad de su Esclava. María es grande ante los hombres por su Maternidad Divina, pero es grande ante Dios por su extraordinaria fe y su inigualable humildad.
Canto de la alegría y la gratitud
Ante el elogio de Isabel, María prorrumpe en el Magníficat, el canto de la alegría y la gratitud por las maravillas que el Todopoderoso ha obrado en Ella. La Virgen María, llena de gracia y templo de Dios, abre a todos su Corazón. Ella siente la necesidad de compartir esa alegría mesiánica que inunda su Inmaculado Corazón. Su canto es una alabanza a Dios. María reconoce con gozo las grandes cosas que el Poderoso ha hecho en Ella, y lo agradece y, llena de alegría, lo alaba exultante.
Todo en Ella es gratitud y sentirse pequeña ante la magnitud de Dios y de su Don. Pero Dios ha hecho a María tan grande por nosotros y por nuestra salvación.
Gracias a esa fe gigante y contra toda lógica humana, Ella cree en Dios y en sus promesas, y puede dar su “sí”. Gracias a este “sí”, a ese fíat, Ella hace que la obra de Dios: Jesús, el Enmanuel, Dios con nosotros, sea realidad para nosotros.
Puerta feliz por la cual entró Dios en el mundo y el hombre entra en Dios
Dios viene a nosotros y viene por María. Por Ella nos llega el Sol verdadero: Cristo, el Salvador a quien nosotros esperamos. Gracias a la fe de María, todos hemos recibido la salvación. Ésta es la razón por la que todos la llamarán bienaventurada.
Y María sigue proclamando la misericordia de Dios no sólo con Ella, sino ante todo con su pueblo. «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación… Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo había prometido a nuestros padres—en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
Por medio de María Dios ha hecho resplandecer a ese Sol que viene de lo alto para salvar a todos los hombres. Con una audacia increíble, María nos habla de Dios como un tierno y solícito Padre, que nos mira y nos trata como a verdaderos hijos suyos y nos convida a participar y a gozar con Él de su eterna y dichosa vida. De un Dios que elige a los humildes y pequeños y descalifica a los soberbios y poderosos.
El triunfo de la gracia
En María, se han hecho realidad todas las promesas de Dios. En Ella Dios reina totalmente; no hay resquicio para el pecado. María es toda de Dios. El triunfo de la gracia en María ha alcanzado incluso a su cuerpo, que queda inundado por la gloria de Dios, por ello es elevada en cuerpo y alma al Cielo. En Ella Dios ha vencido definitivamente el mal, el pecado, la muerte. Por eso esta fiesta es también motivo de esperanza para nosotros: el triunfo de María es prenda de nuestro propio triunfo total y definitivo.
«Bienaventurada Tú que has creído». La asunción de María testimonia igualmente el alcance de su fe. Testimonia que su fe no ha quedado sin fruto, que «los que confían en el Señor no quedan defraudados» (Dan 3,40). Un día se confió al Señor. Durante toda su vida mantuvo esta entrega en la oscuridad de la fe, y no vaciló en el Calvario ante la muerte del Hijo; y ahora contemplamos el resultado de su fe. El Señor no ha fallado nunca ni fallará jamás. Sí, bienaventurada Tú, porque te has fiado de Él y con Cristo nos has alcanzado la salvación.
Ciertamente: Unidos a María venceremos el mal, el pecado y la muerte y, sostenidos como Ella por una fe inquebrantable, el sufrimiento de ahora, unido a Cristo, es moneda de gloria eterna.
María asunta en cuerpo y alma al cielo es prueba de que todos nosotros, de quienes Ella es Madre, estaremos un día con nuestro cuerpo glorificado junto a Cristo glorioso.
María asunta en cuerpo y alma al cielo es la esperanza, ya realizada, de la plenitud que Dios desea para todos nosotros. María Asunta es nuestro consuelo.
La Asunción de María es la eternidad feliz de una historia de amor… porque en Dios nada acaba, Dios es Amor y el Amor no acaba nunca.