María, nuestra Madre, fue siempre una mujer humilde, siempre dispuesta a servir a los otros, como a su prima Isabel, cuando ya sabía que Ella sería la Madre de Dios.
María nunca buscó destacar ni ser ensalzada. Nunca se lee en el Evangelio que se presentase en público cuando Jesús era recibido en triunfo –como cuando entró en Jerusalén con tantos honores entre palmas y vítores–. Pero, sin embargo, sí lo acompañó en los momentos más difíciles y no le importó estar presente en el Calvario a la vista de todos, dándose a conocer como la madre de un condenado que moría como un criminal.
Esta humildad, que la hizo pequeña en las grandezas humanas y disponible para todos, cautivó al P. Rodrigo Molina. De Ella escribía:
«María aparece siempre junto a Jesús prestando ayuda adecuada. Esa es la mujer ideal, ese es el diseño de mujer perfecta que salió de las manos de Dios.
Para vivir la humildad de María tienes que dejar muchas cosas. Si así lo haces, serás horizonte sin límites para la hazaña de Dios en ti.
Dios quiere hacer en ti grandes cosas, no lo minimices, aspira a grandes obras de apostolado.
Y en la medida que aspires, abájate como María: “Porque ha mirado la bajura de su esclava”. Serás horizonte sin límites. Dios en ti no tendrá limitación, como no la tuvo en María. Por eso es grande porque Dios en Ella no tuvo horizontes.
Dios se encontró a gusto con María. Por eso podía actuar. Dios quiere actuar hoy, como hizo con María, pero no encuentra almas humildes.
Si vives la humildad, Dios se dilatará sin límites en el mundo de hoy.
Si vives la humildad de María, quedarás pleno del sentido de Dios. Ya no habrá un futuro prometedor, será un presente. ¡Qué hermoso es vivir a Dios! La felicidad ya no es futura, es presente, es hoy.
Si vives la humildad de María, todas las ofertas de Dios son ya realidad actual, son ya presencia. Y, como María, podrás hacer un bien enorme a la humanidad».