Con el Evangelio de hoy, que relata la multiplicación de los panes, comienza una amplia catequesis eucarística que se extenderá durante cuatro domingos. Jesús se manifiesta en el Evangelio alimentando a la multitud, pero el reparto del alimento perecedero apunta al «alimento que permanece para la vida eterna» (Jn 6,27).
El Evangelio nos presenta a Jesús rodeado de la muchedumbre, que le había seguido para escuchar sus enseñanzas: Jesús piensa en el hambre de aquellas gentes, y para remediarla, realiza uno de los milagros más clamorosos: toma cinco panes y dos peces, los bendice, y sacia con prodigalidad el hambre de cinco mil hombres, sobrando aún doce cestos.
Ejercitar la Fe
Antes de obrar el milagro, Jesús pregunta a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para dar de comer a estos?», y observa el evangelista: «Esto lo decía para probarle, porque Él bien sabía lo que había de hacer» (Jn 6, 5-6). No hay circunstancia difícil en nuestra vida, cuya solución Dios no conozca: estrecheces económicas, falta de salud, de trabajo, problemas con los hijos… Desde la eternidad Él previó todas las situaciones posibles, aun las más complicadas, y dispuso el remedio oportuno.
Sin embargo, quizás a veces nos parezca, cuando nos encontramos ante alternativas difíciles, que Dios nos deja solos, que la solución tenemos que buscárnosla nosotros; pero esto Dios lo permite solamente para probarnos. Él quiere, que al medir nuestras fuerzas con las dificultades, nos hagamos plenamente conscientes de nuestra incapacidad. Pero lo que realmente quiere es que nos ejercitemos en la fe y en la confianza en Él. En realidad, el Señor nunca nos abandona si nosotros no le abandonamos antes, solamente se esconde, y nos oculta su acción sobre nosotros: entonces es el momento de creer, de creer fuertemente y esperar con humilde paciencia, con plena seguridad. Y Él obrará.
La misericordia de Dios se manifiesta
Jesús siente entrañable compasión por la multitud. Ante los problemas múltiples cargados de miseria que le plantea la situación de la multitud, Jesús no retrocede, no se encierra en su egoísmo sino responde conmoviéndose. Es el primer paso imprescindible. Si no me conmuevo no doy. La misericordia infinita de Dios se manifiesta, se hace corazón, se hace sensible en Jesús. ¡Corazón de Jesús en ti confío! «Y se le conmovieron las entrañas sobre ellos porque llevaban ya tres días siguiéndole».
Jesús sentía que aquel pueblo se adhería a Él y esperaba. Jesús no podía frustrar esa esperanza. El amor es siempre deudor y en especial deudor de la miseria. En aquel pueblo había miseria. Aquel pueblo extendía la mano. Jesús debía atenderlos. También yo debo acercarme a la miseria, debo hacerme amable a la miseria, debo no defraudar a la miseria que me extiende su mano.
Después de haber puesto en apuros a los apóstoles que no tenían cómo dar de comer a la multitud, éstos avisan a Jesús que un muchacho tiene cinco panes y dos peces; muy poca cosa, nada para saciar el hambre de cinco mil hombres; pero el Señor pide aquella nada y se sirve de ella para obrar el gran milagro. Siempre la misma realidad: Dios omnipotente, que todo lo puede hacer y crear de la nada, cuando se encuentra ante el hombre, nunca quiere obrar sin su concurso.
Entregar lo que tenemos
Es muy poco lo que el hombre puede hacer, y sin embargo, Dios quiere este poco, se lo pide, y se lo exige como condición antes de que Él intervenga. Cuando uno hace lo que está de su parte, Dios —siempre misericordioso y omnipotente— no deja de intervenir. Como el muchacho del Evangelio, también nosotros debemos entregarle todo lo que tenemos, aunque nos parezca poca cosa. Él lo multiplicará.
Pidamos a María, que también siente entrañable compasión por la multitud (como lo mostró en las apariciones de Fátima), nos enseñe en las distintas circunstancias de nuestra vida a poner ante Dios nuestros cinco panes (lo que está a nuestro alcance) para que Él los multiplique y sirvan de alimento para saciar a tantas almas que necesitan de nuestra generosidad.