«La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros» (2 Co 13,13; cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,4-6). El saludo de entrada de la Santa Misa nos introduce directamente en la consideración del gran misterio de la Santísima Trinidad, poniendo de relieve su aspecto esencial: el amor.
El amor ilumina el misterio trinitario en cuanto que Dios es amor siempre en acto, que engendra, se da, se comunica. El Padre engendra desde la eternidad a su Verbo -el Hijo- en el cual se expresa todo Él comunicando toda su divinidad; el Padre y el Hijo se dan y se poseen mutuamente en un acto de amor infinito, en una comunión perfecta tal que produce una persona, el Espíritu Santo. Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero.
La Santísima Trinidad, Verdad revelada
Los cristianos somos bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad.
La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia.
La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: «la Trinidad consubstancial» (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: «El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza» (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). «Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina» (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 804).
La Santísima Trinidad es un Misterio que ni los mismos ángeles comprenden. Santa Teresa de Jesús decía que se alegraba de no comprender a Dios. Y esto es porque si lo comprendiera, Dios sería tan pequeño como uno de nosotros, pero como es infinito, es natural que el entendimiento humano no pueda abarcarlo.
Templos vivos de la Santísima Trinidad
«Poder conocer a Dios, aunque de modo limitado y propio de nuestra capacidad -dice Sor Lucía de Fátima- ¡es una gracia de inestimable valor!, poder conocer a Dios como Padre que nos creó, como Hombre y Dios que nos redimió, como Espíritu que nos guía por los caminos de la verdad y del amor: «Cuando viniere el Espíritu de la verdad Él os enseñará todo.»
Ahora, la verdad total, de algún modo, es el amor, porque, como nos dice san Juan, Dios es Amor. Así, amar y poseer es el mayor don de Dios, porque es poseer al propio Dios. «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn. 14, 23). … es el amor que nos transforma en templos vivos de la Santísima Trinidad, porque Dios es amor y nos comunica la vida de su amor, que es la vida de Dios en nosotros…».
Y la vida de amor que nos comunica Dios en el Espíritu Santo es la vida de la gracia, que equivale a quitar de nuestra vida el pecado mortal y las ocasiones que nos lleven a pecar y que nos apartan de Dios.
Toda tu historia queda englobada en el amor de Dios
Debes creer en Dios Amor aunque no lo sientas, no lo entiendas. Dios te ha amado para hacerte “su propiedad personal”, para tener contigo la conducta de un Padre para con su hijo fiel: “serán ellos para mí… propiedad personal; y Yo seré para con ellos indulgente como es indulgente un padre con el hijo que le sirve” (Mal 317). El mismo amor de Dios, el que te eligió al principio, es el que te salva al fin. Toda tu historia queda englobada en el amor de Dios.
El amor sólo tiene un objetivo, sólo un instinto opera en él: llevarte al encuentro personal. Por eso el amor de Dios sólo descansa hasta que te conduce al encuentro personal con Dios, hasta que pone en tus brazos a Dios.
Y Dios no cambia, Dios es estable en su elección del principio. El amor en Dios es infinito, inagotable, rotundo, como una cadena sin fin y sin fuga, porque el amor en Dios tiene como base una impronta: el Espíritu Santo.
¡Cómo es Dios!
En la primera aparición de Fátima, Nuestra Señora conduce a los niños al encuentro con el Dios Uno y Trino: « …abrió por primera vez las manos comunicándonos una luz tan intensa como un reflejo que de ellas se irradiaba, que nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente que nosotros nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces con un impulso íntimo, también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos íntimamente: “Oh Santísima Trinidad, yo Os adoro. Dios mío, Dios mío, yo Os amo en el Santísimo Sacramento”.»
Ese encuentro íntimo y profundo con Dios, que Ella misma propicia por caminos íntimos y misteriosos de la vida interior lo refleja sor Lucía en sus memorias al cabo de la tercera aparición hablando de Francisco: «En la tercera Aparición, Francisco parece que fue el que menos se impresionó con la vista del infierno, a pesar de que también le causase una sensación grande. Lo que más le impresionó y absorbió era Dios, la Santísima Trinidad, en esa luz inmensa que nos penetraba hasta en lo más íntimo del alma. Después decía: Estábamos ardiendo en aquella luz y no nos quemábamos. ¡Cómo es Dios! ¡No se puede decir! Esto sí que nadie lo puede decir. Da pena que esté tan triste. ¡si yo le pudiese consolar!»
María, complemento de la Santísima Trinidad
Santa María es la Hija primogénita del Padre, la Madre perfecta del Hijo y la Esposa preferida del Espíritu Santo.
Escribía San Maximiliano María Kolbe: «Santa María es ciertamente una criatura. Pero es la criatura, la PREFERIDA del Eterno Padre, el «complemento de la Santísima Trinidad” como la llaman los Santos Padres. Es grande ser criatura, es mayor ser hijo adoptivo de Dios. Pero ser Madre de Dios ¿Qué es? Es algo ciertamente incomprensible; algo que supera toda nuestra capacidad intelectual.
Santa MARÍA es, no sólo la Madre de la Humanidad de Cristo, sino Madre de Dios. ¡Concebir, captar la excelencia de ese ser Madre de Dios está fuera de nuestro alcance!
Santa María es esa pura criatura puesta por Dios en el centro mismo de la vida de la Santísima Trinidad. El centro profundo de Dios: el Espíritu Santo y Santa María es su esposa. Santa María es la obra cumbre de la creación, pura criatura.»
La Virgen María, que ha «buceado» en las profundidades de Dios, puede hacernos captar y sobre todo amar a ese Dios infinito, eterno, incomprensible, inaccesible, pero que ha querido manifestarse en un niño débil, pequeño, humilde, pobre, indefenso que tuvo necesidad del calor y el alimento de la Virgen para poder subsistir. En fin, como en la generación eterna del Verbo, en el seno de la Trinidad, el Padre se da todo al Hijo, «Espejo del Padre», así en la generación temporal del mismo Verbo, en el seno de la humanidad, la Madre Divina se da toda al Hijo, a Jesús; y el Hijo, a su vez, se da todo a la Madre, asimilándose a Ella y haciéndola «toda deificada», como afirma espléndidamente San Pedro Damián.
Fuentes ad Sensum:
- Intimidad Divina del R.P. Gabriel de Santa M. Magdalena, OCD
- Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 249, 253)