El episodio de este domingo tiene un claro valor simbólico y un mensaje teológico que no es difícil de identificar. La barca agitada por la tempestad es imagen de la Iglesia sacudida por los acontecimientos tumultuosos de la historia. Y, en segundo plano, es imagen también de la vida de cada ser humano.
Del mismo modo que en el Antiguo Testamento Dios había sacado a su pueblo de Egipto y lo había guiado por el desierto hasta la tierra prometida, así también ahora Jesús socorre al pequeño núcleo que constituirá el comienzo del nuevo Israel, de la humanidad entera redimida por su sangre. Pero el Señor requiere de sus discípulos, al igual que de cada uno de nosotros, una actitud de fe y de confianza absolutas en Él, aunque aparente estar dormido en nuestras vidas o en los acontecimientos de la historia y de la Iglesia.
Dios conduce la barca
La fe es la que tiene el poder de hacer frente a las tempestades más furiosas que amenazan con hundirlo todo. Porque el que se apoya en la fe, se apoya en Dios, Roca firme. Es Él quien maneja los hilos de la historia y de nuestras vidas, nada se escapa a su mirada divina y a su sabiduría infinita.
El verdadero problema de los discípulos y también el nuestro es precisamente el de reconocer que Dios es quien conduce la barca. Nuestra fe es tan débil que no somos capaces, sobre todo cuando las tempestades nos agitan, de postrarnos ante Jesús y decirle con todas nuestras fuerzas: Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Señor de lo imposible, Tú lo ves, lo sabes y lo conduces todo.
Precisamente porque es Dios, sus pensamientos superan nuestros pensamientos, sus caminos no son nuestros caminos; el camino que elige para nosotros no es nunca el que nosotros esperaríamos.
Por lo general, el hombre se siente presa del temor frente a lo imprevisto, y a menudo se siente incluso paralizado por el miedo y la angustia. Sin embargo, cuando lo imprevisto viene de Dios, tiene una marca inequívoca: trae consigo una paz profunda, porque es fruto del amor.
Madre de la Esperanza
Cuando te parece que te vas a hundir, no te queda más que gritar: «¡Señor, ¿no te importa que perezca?!» (Mc 4, 38).
A veces te puede suceder que tu barca está siendo sacudida violentamente porque Él duerme en ti. Es natural que tu corazón se turbe si te olvidas de Aquel en quién crees. Si no tienes constantemente a Cristo en tu mente, es que duerme para ti. Despierta a Cristo, recupera la fe, aviva tu esperanza.
También María tuvo que pasar por muchas pruebas, pero su fe nunca desfalleció. Aunque la evidencia y los acontecimientos no le ofrecían solución posible, su fe en el Poder de Dios nunca quedó defraudada.
Por eso, en medio de las pruebas de nuestra vida, la Virgen María nos ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la tristeza, de la vida sobre la muerte.