El núcleo del Evangelio de hoy es el grito que se oye a medianoche: «¡Que llega el esposo: salid a recibirlo!». El Esposo es Cristo y viene de improviso a llamar a su banquete eterno a los creyentes, simbolizados en las diez vírgenes que velan a la espera de ser introducidas en la boda. En esta parábola las relaciones entre Dios y el hombre se presentan como relaciones nupciales. El Hijo de Dios, encarnándose, se desposó con la humanidad y consumó este desposorio en la cruz, por la que redimió a los hombres y los unió a Sí agrupándolos en la Iglesia, su esposa mística.
Jesús también quiere celebrar sus desposorios místicos con cada alma consagrada a Él por el Bautismo. A esta luz, la vida del cristiano puede considerarse como un compromiso de fidelidad nupcial a Cristo, fidelidad delicada, presurosa, ardiente e inspirada en un amor que no admite otros compromisos. La vida transcurrida así es una espera vigilante del Esposo, ocupada en buenas obras.
Esta parábola, como todas las que tratan de la crisis del juicio inminente, quiere ante todo sacudir las conciencias, despertarlas, para que los hombres no sigan ciegos por el camino de la perdición.
Velad, porque no sabéis el día ni la hora
La llegada del Esposo a medianoche indica que nadie puede saber cuándo abrirá el Señor para él las puertas de la eternidad. Reflexiona: Tu muerte es cierta, será también inesperada y el juicio de Jesús después de ella será inapelable. ¡Qué daño hace el sentir lejana la muerte!
Jesús cierra la parábola con esta frase: “Vigilad porque no sabéis ni el día ni la hora”. Exhortación apremiante de Jesús, llena de imagen y color conjurándonos a que nos apliquemos con diligencia y fidelidad al cumplimiento de nuestro deber. Y esto antes de la muerte. A partir de la muerte ya es demasiado tarde para hacer lo que sea.
No os conozco
Qué terrible este: demasiado tarde. “Señor, ábrenos”. Mas Él respondió: “En verdad os digo, no os conozco” . El tiempo con la muerte se ha acabado. Respuesta, a nuestros oídos, dura: no os conozco. Pero no por dura deja de ser real. A partir de la muerte se acabó el poder cambiar. Todo quedará para ti petrificado, eternizado. Las vírgenes necias representan a los cristianos descuidados y cómodos. Ahora, antes de la muerte es cuando tienes que obrar, ahora estás a tiempo, ahora debes hacer provisión de aceite suficiente y de calidad y debes hacerlo inmediatamente, sin demora, no sea que llegue esa hora repentina e inesperada y te encuentre no preparado.
¡Vigilad!
Es un imperativo que aflora a lo largo de todo el Evangelio. Y esto desde el principio del Evangelio en el cierre del sermón del monte: «No basta decirme “Señor, Señor” para entrar en el reino de Dios; no, hay que poner por obra el querer de mi Padre del cielo» (Mt.7,22). Debes ser fiel a los mandamientos de Dios, a tus deberes de estado, a tus compromisos de trabajo. Tu obligación principal: preparar tu nacimiento verdadero, el del cielo. Debes ser fiel evitando toda pereza, todo decaimiento en el buen obrar.
Toda infidelidad, todo pecado tiene una nota común, un rasgo común: has faltado o al menos has quedado corto a un servicio que deberías haber hecho. ¡Y cuántas cosas buenas para hacer!: dedicar un tiempo diario a la oración, rezar el rosario, ser paciente y amable con todos, escuchar al que lo necesita, trabajar con responsabilidad, cumplir con las obligaciones de estado, vestir con modestia, moderar los gastos, dar limosna, dedicar un tiempo a ayudar a los necesitados…
Por eso en el Evangelio de S. Mateo la vigilancia que exige Jesús, el servicio que te pide no es sólo un entusiasmo, un fervor internos, un deseo interior. No, sino que la vigilancia que te pide es la vigilancia para un servicio activo. Un entusiasmo que lleve a una obra; un fervor que consiga hacerte salir de tu egoísmo y poner todo lo tuyo al servicio de las necesidades de tu hermano.
La Virgen prudente
La prudencia es la que guía nuestra conciencia, nos dice en cada caso lo que conviene hacer o dejar de hacer; nos indica cuándo y cómo debemos actuar. El prudente toma sus decisiones de acuerdo a una recta conciencia, evitando siempre el mal.
En María tenemos un modelo acabado de prudencia. Ella es la Virgen prudente que mantuvo la lámpara encendida a lo largo de su peregrinación terrena. Por su unión con Dios en la oración siempre tuvo esa luz de Dios que le permitía ver claramente todas las cosas -dando a cada una su peso y su medida- y obrar de acuerdo a los mandamientos de Dios y a Su divina voluntad.
Y esa Virgen prudente nos vino a alertar en Fátima de un peligro y al tiempo nos mostró la solución. En la tercera aparición Nuestra Señora muestra el infierno a los pastorcitos, les dice que ahí van las almas de los pobres pecadores -los que han desperdiciado las gracias de Dios, lo que han obrado con negligencia a lo largo de su vida- y les dice: «para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.» Les insta también a rezar el rosario para que acabe la guerra -el pecado y las consecuencias del pecado- y a sacrificarse por los pecadores.
Nuestra Señora te pide el rezo diario del rosario, la fidelidad a los mandamientos y a los deberes de estado, la devoción a su Inmaculado Corazón, el sacrificio por los que todavía no creen en que el Esposo está por llegar. Escucha su llamada. Pon por obra su Mensaje. Estás a tiempo de llenar tu alcuza de aceite. Tienes el día de hoy.