El 19 de noviembre celebramos a Nuestra Señora, Madre de la Divina Providencia, Patrona Principal de Puerto Rico. La advocación no es originaria ni exclusiva de esta hermosa Isla.
Surgió en Italia en el siglo XIII, fue muy difundida y popular y, posteriornte, pasó a España donde se le levantó un santuario en Tarragona, Cataluña. Cuando a mediados del siglo XIX el catalán Mons. Gil Estévez y Tomás fue nombrado Obispo de Puerto Rico, llevó consigo esta devoción que conocía y amaba desde sus años de seminarista.
Mirémosla. María se inclina sobre el Niño que, en actitud total de confianza, distendido, sin reparo alguno, duerme plácidamente en el regazo que lo acoge. Las manos de la Virgen se unen en oración mientras sostiene, suavemente, la mano izquierda del Divino Infante. El conjunto sugiere ternura, abandono, devoción y paz.
Leemos en la Sagrada Escritura que «de tal manera amó Dios al mundo que le envió a su Hijo Único para que por Él tengamos la Vida eterna» (Jn 3, 16) y también: «así cuando se cumplió el tiempo envió Dios a su Hijo nacido de una Mujer para que recibiéramos el ser hijos por adopción» (Ga 4, 4).
María es Madre providente
Cuando Jesús se hizo hombre, empezó a depender de las criaturas. Dios, el Autor de la Vida, recibió su vida humana de la Virgen María. Dios, el Proveedor de todo sustento y alimento, quiso ser alimentado, criado por la Virgen Santísima.
Por su Maternidad divina, María quedó constituida Providencia para el Hijo de Dios porque el mismo Dios así lo dispuso. Pero la Virgen ha sido Providencia no solo para su Hijo Jesús sino que lo es para todos nosotros. Ejemplo de ello es el acontecimiento del Evangelio de las Bodas de Caná (Jn 2,1- 11). Durante ellas viene a faltar el vino. Entonces María se dirige a Jesús con estas palabras: «No tienen vino».
María es la Madre de la Divina Providencia porque cuida de nuestro acontecer humano. Jesús responde a las palabras de su Madre: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Sin embargo, a pesar de la respuesta (que parece negativa), la Madre de Jesús dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Y, en efecto, Jesús ordena a los criados llenar las tinajas de agua, que se convierte en vino. Ante ello nota el evangelista: «Así en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos».
En las palabras: «Haced lo que él os diga», se desvela la función esencial de María, que es conducir a los hombres hacia la Voluntad del Padre manifestada en Cristo. Ella con su palabra, pero sobre todo con su ejemplo de obediencia perfecta al designio de la Providencia, sigue indicando a cada hombre el camino a seguir.
Como si dijera: escuchad su Palabra, porque Él es el enviado del Padre (cf. Mt 3, 17); seguidle con fidelidad porque Él es el camino, la Verdad y la Vida (Cf. Mt 5, 13-16); sed operadores de paz, de justicia, de misericordia, de limpieza de corazón (cf. Mt 5, 1-2); ved en el hambriento, en el enfermo, en el forastero la presencia de Cristo que reclama ayuda (cf. Ibíd., 25, 31-46).
¿Qué significa Providencia?
Providencia es un atributo divino. Significa que Dios tiene un cuidado solícito y paternal por el bien real y verdadero de cada uno de nosotros. Y que guía cuidadosamente con cariño y con poder nuestra vida por los caminos que Él sabe y que muchas veces nosotros no comprendemos que son para nuestro mayor bien.
Jesús, en el sermón de la montaña, habla de la Divina Providencia cuando dice: «Mirad los pájaros del cielo, que no siembran ni cosechan ni recogen en graneros y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta a todos. ¿Acaso vosotros no valéis mucho más que todos ellos? Por lo demás ¿quién por su mucho cuidado puede añadir un solo día a su vida? También mirad los lirios del campo…». Expresa el cuidado paternal y maternal de Dios por nosotros.
Mi completo y perfecto seguro
Estar bajo la mirada de Dios bajo el manto regio de su Providencia, significa no estar expuesto a las desmesuras de la naturaleza ciega, que no sabe de nosotros y que es fría e indiferente a nuestro destino y, por ello, sentimos angustia, temor, terror.
La bondad de Dios no puede permitir algo que no sea para un mayor bien. El dolor, la quiebra, el fracaso, la muerte, no se escapan de esta regla universal de la Providencia de Dios. Tú también estás destinado para algo grande y eterno. La vida de ningún hombre es, por lo mismo, banal, mezquina, despreciable. Tú no te puedes amar más que Dios te ama: Confía en Él. La eterna e inmensa compasión y amor comprometido de la Providencia es tu completo y perfecto seguro.
Oración a Nuestra Señora, Madre de la Divina Providencia
«Gloriosísima Reina de los ángeles, Santísima Madre de Dios, Virgen María, auxilio de los cristianos que, invocada con el nombre de Madre de la Divina Providencia, sois iris hermoso de paz y de reconciliación entre el cielo y la tierra, nuestra poderosísima abogada ante el trono de la Divinidad y rico canal de oro por donde la Providencia de Dios comunica a los hombres los raudales de su misericordia:
Os rogamos, dulce Madre, que nos amparéis y seáis propicia en todas nuestras necesidades, y que con aquellas entrañas de compasión con que atendéis a las súplicas de los pecadores y veláis por la salvación de vuestros devotos, nos alcancéis de vuestro Hijo celestial el don de una viva fe, de una esperanza firme, de una ardiente caridad y perfecta contrición de nuestras culpas para que, arrepentidos de ellas, podamos conseguir, con vuestra intercesión, la gracia del Señor y la salud de nuestras almas.
Madre de la Divina Providencia, protege mi alma con la plenitud de tu gracia; gobierna mi vida y dirígela por el camino de la virtud al cumplimiento de la voluntad divina. Alcánzame el perdón de mis culpas. Sé mi refugio, mi protección, mi defensa y mi guía en la peregrinación por este mundo. Consuélame en las aflicciones, dirígeme en los peligros, y en las tempestades de la adversidad, ofréceme tu segura tutela. Alcánzame, oh María, la renovación interior de mi corazón para que se convierta en morada santa de tu divino Hijo Jesús. Aleja de mí, que soy débil, toda suerte de pecado, de descuido, de pereza y de debilidad.
Oh dulcísima Madre de la Divina Providencia, dirige hacia mí tu mirada maternal y, si por fragilidad o por malicia, he provocado las amenazas del eterno Juez y he amargado al Corazón Sacratísimo de mi amado Jesús, cúbreme con el manto de tu protección y seré salvo. Tú eres Madre Misericordiosa; Tú, la Virgen del perdón; Tú, mi esperanza en la tierra, Haz que pueda yo tenerte por Madre en la gloria del cielo. Amén»