15 de septiembre. En la Madre Dolorosa, ‘la siempre entera’, la siempre a punto –de pie– en todas las citas con el dolor, ponemos hoy nuestra mirada a través del P. Molina:
«Dios quiso que Santa María Inmaculada, siempre Virgen, alcanzase junto a la Cruz, conmuriendo con el Crucificado, la cima del amor.
Clavemos nuestra mirada en la Madre Dolorosa por medio de San Juan de Dios. Este santo concentraba todo su corazón en María, en esta preciosa palabra, muy sencilla, pero la van a gustar:
“María, la siempre entera”. ¡Gracias, San Juan de Dios! ¡La siempre entera, la nunca partida, la toda para Dios!
Eso es María. ¡Qué bien el santo! Ignorante en las ciencias del mundo, pero con la verdadera sabiduría del Espíritu Santo.
Dios necesita enteros
¿Soy yo siempre entero para mi Dios en este mundo? Yo creo que no. Mi dinero me lo impide, cuando la causa de Dios lo necesita y yo lo guardo. Mi salud me lo impide, cuando la causa de Dios me la pide y yo la tengo conservada para mí solo.
¿No ves que no puede ser? No eres todo entero para Dios. Dios necesita enteros. ¡Gracias, San Juan de Dios! ¡Qué hermoso es leer vidas de santos!
María, la siempre entera. La no partida. La crucificada. Yo no me quiero crucificar. Cuando en el matrimonio siento dificultades, me voy por el camino de los instintos. No me fío de mi Dios. Cuando en el planificar de mi vida, según la rectitud del amor, me vienen dificultades, me aparto, y Jesús te mira y no puede hacer nada porque respeta tu querer.
¡María, la siempre entera! Señora, voy a repetirte este epíteto. Te lo voy a repetir muchas veces. Es de pleno sabor castellano. ¡La siempre entera! ¡Qué bien el santo, sin ser teólogo! Aquel pueblo devoto de María del siglo XVI, por inspiración del Espíritu Santo, me dio en esta palabra la clave de toda la espiritualidad de María. El pueblo tiene instinto puesto por el Espíritu Santo».